Miércoles 22 de octubre de 2014
A la buena imagen que se estaba granjeando Extremadura, como destino hecho a medida del turismo de naturaleza más exigente, le ha salido una mancha. Pero no una mancha cualquiera, sino un manchurrón sanguinolento que le fue a caer el domingo 8 de diciembre de 2013 en pleno Parque Nacional de Monfragüe, la joya de la corona. Según la Junta de Extremadura, lo que allí se celebró fue una acción de caza destinada al control biológico de ciervos y jabalíes. Pero, si se pregunta a los que asistieron a la matanza como testigos indignados, contestarán que lo único que organizaron fue una montería comercial pura y dura. Las fotos y los vídeos que se han difundido por las redes sociales han llenado de estupor a quienes saben que hay pocos sitios tan adecuados para conocer la fauna silvestre, y disfrutar de ella, como Monfragüe.
No se trata de negar aquí la necesidad de los descastes en aquellos lugares donde el exceso de población de ciertas especies es un hecho evidente. Incluso se admite ese tipo de controles, destinados a restaurar el equilibrio ecológico, en los sacrosantos parques nacionales, donde la caza está prohibida por ley; al menos, en teoría. También se espera que el asunto quede resuelto de una forma profesional y discreta. Pero lo que ocurrió ese día en Monfragüe, con una exhibición gratuita de escopetas tan cerca de las zonas destinadas al uso público, en pleno Puente de la Constitución, no debería tener cabida en un parque nacional. Si era de verdad un descaste, ¿por qué no lo programaron para otra fecha? No ya por sensibilidad ambiental, que es argumento menor, sino por simple congruencia con los legítimos intereses económicos de muchos empresarios locales que cuentan con estos puentes feriados para sanear su cuenta de resultados.
En lugar de eso y muy al contrario, pocos días antes la propia oficina del parque había recomendado por carta a empresas y establecimientos turísticos que, por motivos de seguridad, no se transitase ese domingo entre las 11 y las 18 horas por la carretera que une los miradores de La Tajadilla y La Portilla del Tiétar. Es decir, por uno de los tres accesos al parque, que es además un itinerario clásico para los observadores de aves y una de las zonas más frecuentadas por turistas y visitantes. Fueron precisamente algunos de esos pequeños empresarios de la zona quienes abanderaron la protesta contra la inoportuna cacería. Sabían que toda esa escenografía cinegética en una de las mecas del turismo ornitológico europeo no favorecería en nada a la reputación del parque nacional. De cara, sobre todo, a su principal cliente, un turista deseoso de reencontrarse con la naturaleza viva, en un buen porcentaje procedente del extranjero y para el que no todo vale.
La razón de ser de los parques nacionales es la conservación y su principal reto hacer compatible esta prioridad con el uso público. Deberíamos ponérselo fácil a ese perfil de turista que se deja seducir por los valores naturales que ampara nuestra máxima figura legal de protección y sabe, además, respetarlos. Pero mal vamos si la cacería del 8 de diciembre en Monfragüe, justo ahora que está ultimándose la nueva Ley de Parques Nacionales, es un anticipo de lo que se nos viene encima.
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