Dentro de su recatado aspecto, la escasa y modesta floración del cardo santo (Cnicus benedictus) contribuye a que la planta pase casi desapercibida.
Miércoles 22 de octubre de 2014
Muchos de nuestros cardos ibéricos destacan por su gran tamaño y airosa presencia. Pero no todos. El cardo santo es tan discreto que a menudo pasa desapercibido. Además, son pocos los que saben la importancia que tuvo antaño como planta medicinal.
Por J. Ramón Gómez
A pesar de su presencia en buena parte del territorio, el cardo santo (Cnicus benedictus) es una de esas hierbas que suelen pasar desapercibidas. Entre que prefiere crecer aislado, alcanza escasa altura y tiene una discreta floración, se diría que su rasgo principal es la modestia. Un carácter muy distinto al de otros cardos castellanos de colosales dimensiones. Esta aparente timidez impide que el cardo santo sea una planta conocida, a pesar de crecer cerca de las habitaciones humanas. De hecho, es posible que nos sorprenda saber que fue una de las plantas más valoradas en boticas y monasterios durante siglos. Considerado un auténtico curalotodo, fue ingrediente fundamental de los fármacos que se preparaban para tratar numerosas enfermedades. Por este motivo se le llamó Carduus Sanctus o Carduus Benedictus durante la Edad Media (1).
Hoy en día, olvidadas buena parte sus propiedades medicinales, sigue conservando esas mismas denominaciones vernáculas en todos los idiomas de la península Ibérica, como recuerdo de su glorioso pasado. Incluso el nombre científico alude a sus antiguos poderes. Bien es cierto que el origen de su denominación genérica, Cnicus, no parece contar con el acuerdo de todos los botánicos. Para algunos investigadores, el término proviene del griego knekos y significa amarillento, de acuerdo al color de sus flores. Otros aseguran que procede del latín y se refiere a una planta comestible de la antigua Roma, natural de Egipto, donde se utilizaba como hierba medicinal. El nombre de la especie, benedictus, tampoco escapa a la polémica. La teoría más apoyada lo traduce como “alabado”, lo que podría referirse a las virtudes curativas de la planta. Otros creen que alude al vínculo que pudo existir entre esta hierba y los monjes benedictinos, orden monacal que hizo un amplio uso de la planta durante el Medievo como remedio. Es más, el cardo santo era cultivado por los monjes herbolarios en sus huertos (2).