Balea sarsii es un pequeño clausílido de las islas Azores que, al parecer, ha logrado efectuar viajes de ida y vuelta a Europa acarreado por las aves (foto: Arturo Valledor y David González).
CIENTOS DE ESPECIES HAN DEJADO MUY ATRÁS SUS ÁREAS DE DISTRIBUCIÓN ORIGINAL
Miércoles 22 de octubre de 2014
Cuando un caracol llega muy lejos, es frecuente que alguien se haya encargado de llevarlo hasta allí. Pero, aunque sea de forma involuntaria, algunas especies han cubierto distancias colosales. El proceso puede ser natural, a bordo de balsas flotantes o aves migratorias, aunque en tiempos recientes el principal vehículo ha sido el hombre y sus medios de transporte.
Por Arturo Valledor y David González
Los caracoles terrestres son, y con razón, el paradigma de la lentitud. Esto hace de ellos, en principio, unas criaturas con muy poca capacidad para dispersarse. Además, sólo están activos esporádicamente, por lo general con tiempo húmedo, ya que la secreción del moco que necesitan para lubricar el pie y poder deambular les hace perder gran cantidad de agua. Muchas especies sólo se desplazan entre 60 centímetros y 2’5 metros por año, y debe tenerse en cuenta que la mayoría de ellas no viven más allá de dos o tres. El resto del tiempo, estos seres se retraen en el interior de sus conchas, donde permanecen completamente inmóviles encaramados a las plantas, enterrados en el suelo, refugiados en las grietas de las rocas o bajo piedras y troncos caídos.
Viajeros en cápsulas del tiempo
Una vez retraídos en sus conchas, los caracoles terrestres ocluyen herméticamente la entrada. Los prosobranquios lo hacen mediante una pieza córnea o calcárea fija a su dorso, el opérculo; y los pulmonados, que carecen de esta estructura, segregando el epifragma, una membrana con la consistencia del papel que se pega al sustrato cuando se endurece y sirve como opérculo desechable. Con las conchas así selladas, los caracoles pueden pasar largos periodos de tiempo sin comer ni beber, sumidos en un estado de vida latente en el que el metabolismo se reduce prácticamente a cero y el ritmo cardíaco baja de cuarenta o cincuenta latidos por minuto a entre dos y cuatro.