Martes 27 de enero de 2015
Nadie recuerda un año tan negro para el lince como el que acabamos de despedir: nada menos que 28 muertes, 21 de ellas por atropello. Muchos han caído en unos pocos tramos de asfalto perfectamente localizados, cuyo efecto letal podría ser desactivado –en todos ellos– por menos de lo que cuesta un kilómetro de autopista. ¿A qué esperan el Ministerio de Fomento y las comunidades autónomas linceras para ponerse manos a la obra?
Algunos de esos puntos negros han aparecido en carreteras donde hasta hace poco era impensable ver linces, como la Autovía de Andalucía. La lectura optimista es que su área de distribución aumenta, fruto de las reintroducciones y demás medidas para favorecer a la especie que se han venido aplicando en estos últimos años. Pero también es cierto que los linces se están viendo obligados a moverse más, con el riesgo añadido de ser atropellados, empujados por la necesidad de conseguir unas presas que escasean ante el nuevo brote de la enfermedad hemorrágica del conejo, devastador en zonas como Andújar-Cardeña.
Hablamos del que, hoy por hoy, sigue siendo el gran reducto planetario del lince ibérico, donde bastan un par de datos para comprobar que algo grave está pasando: en 2013 nacieron tan solo 15 cachorros de una población de unas 60 hembras. Comparemos esos resultados con los de 2010, cuando poco más de 40 hembras parieron nada menos que 61 crías. Mientras esperamos con impaciencia las cifras de la última temporada reproductora, científicos y ecologistas no se cansan de insistir en la misma letanía: el futuro del lince depende de su presa principal, el conejo.
Ha llegado el momento de volcarse en el seguimiento y la recuperación del conejo de monte como una prioridad por encima de cualquier otra, si es que queremos garantizar la conservación de nuestras especies más señeras y amenazadas. Llamémosla estrategia estatal del conejo o como queramos bautizarla, pero no podemos esperar más. El Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente tiene la oportunidad de asumir un protagonismo clave para abordar este reto en colaboración con las comunidades autónomas y los agentes sociales, algo que de paso le ayudaría a limpiar la dudosa reputación que se ha ganado a pulso en los últimos tiempos. En Quercus nos ofrecemos desde ya a apoyar esta misión inaplazable.
2014 ha sido también el año en el que las liberaciones de linces criados en cautividad han devuelto la especie a territorios que se habían quedado vacíos de ella, léase Portugal, Extremadura y Castilla-La Mancha. Algo que a muchos parecía un imposible no hace tanto, comienza a ser una realidad, sólo ensombrecida por lo absurdo de que algunos de estos animales pioneros puedan acabar sus días de la manera más indigna. ¿Cómo calificar sino la imagen del macho Kairós estrangulado hace pocas semanas en un lazo ilegal en el sur de Ciudad Real?
Cada vez aparecen más estudios que confirman los daños ecológicos y la discutible eficacia del control de depredadores puro y duro, que en todo caso debería limitarse a circunstancias excepcionales y muy justificadas. Al igual que pasa con la gestión del conejo, este tipo de descastes debe abordarse con miras mucho más amplias que las que marcan los intereses de la caza, sobre todo allí donde vive el lince o se espera que lo haga algún día. Va a ser un camino largo y difícil, sin duda alguna, pero nuestro emblemático felino ha vuelto para quedarse. Así pues, ha llegado el momento de que cazadores y propietarios de fincas cinegéticas, pero también todos los que hemos acariciado largamente ese sueño, estemos a la altura de las circunstancias. Abrir vías de diálogo y colaboración entre unos y otros nos parece una buena forma de empezar a demostrarlo.