Empecemos por saludar la reciente recalificación a la baja del estado de amenaza del lince ibérico, que ha pasado de estar “En Peligro Crítico” a sólo “En peligro” en la archifamosa Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Desde Quercus nos sumamos a las celebraciones con entusiasmo. Es un reconocimiento al trabajo de muchos años por parte de organismos públicos, entidades científicas y organizaciones sociales, liderados por la Junta de Andalucía, garante de los últimos territorios linceros que nos quedaban. Además, los frutos del programa de cría en cautividad han empezado a reintroducirse en otras comunidades autónomas y en Portugal, lo que también ha sido una muy buena noticia. Estas reintroducciones han creado el germen de nuevas poblaciones, mientras que las medidas de conservación sobre el terreno, en los dos últimos bastiones de la especie, Sierra Morena y Doñana, han triplicado el número de linces en estado salvaje.
Ante tan indiscutibles avances, no vamos a ser nosotros quienes neguemos que la decisión de la UICN esté sobradamente justificada desde un punto de vista técnico. Dicho esto, lo que sí ponemos en duda es que llegue en el momento más oportuno. Quizá por la lentitud con la que fluye la información científica, los datos que se han utilizado para recalificar a la especie sólo alcanzan hasta el año 2012. Así que no han podido recoger los efectos devastadores que está teniendo el reciente brote de la enfermedad hemorrágica del conejo, principal presa del lince, que puede ralentizar o incluso hacer retroceder la actual tendencia favorable de sus dos últimas poblaciones. Al fin y al cabo, ha sido ese el incontestable dato positivo que impulsó a la UICN a modificar el grado de amenaza del lince. ¿Se habría perdido algo si, por simple prudencia, hubiese esperado el tiempo necesario para comprobar y aliviar los efectos del brote epidémico del conejo? Tampoco parece muy coherente que mientras con una mano descorchamos el champán de la recuperación del lince, nos llevemos a la cabeza la otra horrorizados ante la sangría de atropellos que se ha producido en los últimos años.
En cualquier caso, es decisivo que siga activada la alarma, tanto social como científica, por la suerte aún incierta del lince ibérico. No en vano, conviene tener presente que el riesgo de que se extinga sigue siendo muy serio. Cumplido el protocolo de las felicitaciones mutuas por la buena nueva de la UICN, hay que seguir trabajando con la máxima intensidad para que no decaigan ni un ápice los resortes políticos que hacen posible el flujo de recursos para salvar a la especie. Y, en ese sentido, como tantas veces hemos reclamado desde estas páginas, la recuperación del conejo es la llave para garantizar un futuro con linces ibéricos. Sin alimento suficiente, las hembras adultas no hacen el mismo esfuerzo reproductor y los brillantes parámetros demográficos de los últimos años se resienten sin remedio.
Al margen de listas rojas y discusiones metodológicas, lo que sería imperdonable a estas alturas es que no fuésemos capaces de culminar años de esfuerzos e innegables resultados para evitar la extinción del lince. Un triste final al que parecía abocado hace apenas veinte años. Diga lo que diga la UICN, nuestra batalla es saber mantenernos a la altura de lo que exige nuestra responsabilidad con uno de los más importantes desafíos referidos a la biodiversidad española e incluso planetaria.