Alta tolerancia a cualquier medio y facilidad para reproducirse han permitido a la corregüela menor conquistar nuevos continentes. Unas virtudes que, sin embargo, le acarrean mala fama entre agricultores y jardineros.
Por J. Ramón Gómez
En todos los ámbitos hay desvergonzados que saben aprovecharse de los demás. Amantes de lo ajeno que, con argucias y habilidad, tratan de medrar con el mínimo esfuerzo, una estrategia que parece estar de moda en los tiempos que corren. El reino vegetal no es una excepción. La mayoría de las especies sólo cuentan con sus propios recursos, pero algunas plantas avispadas se sirven de triquiñuelas para superar a los numerosos competidores que crecen a su alrededor. Su primer mandamiento es no malgastar reservas y, siempre que sea posible, valerse de sus vecinas. El caso más extremo es el de las plantas parásitas, que obtienen su alimento de otros vegetales. También encontramos especies hemiparásitas, capaces de fotosintetizar por sí mismas pero que no desperdician la oportunidad de robar sustancias nutritivas. Por último estarían las plantas amantes de las alturas, que, aunque menos dañinas, utilizan a otras especies como soporte para ahorrar tiempo y energía en su lucha por hallar un lugar bajo el sol: son las epífitas y las trepadoras.
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