Editorial

Papeletas electorales teñidas de verde

Lunes 30 de noviembre de 2015
Este número de Quercus coincide con una convocatoria de elecciones generales en España. Como en ocasiones anteriores, las cinco principales organizaciones ambientales se han apresurado a hacer una serie de propuestas para que los partidos políticos las recojan en sus programas electorales y, ya en el colmo del desiderátum, se comprometan a impulsarlas si obtienen representación parlamentaria.

En concreto, el G-5 (formado por Amigos de la Tierra, Ecologistas en Acción, Greenpeace, SEO/BirdLife y WWF) ha elaborado un documento de mínimos con 17 medidas que debería considerar el gobierno que salga de las urnas el 20 de diciembre. Entre ellas figura la creación de un Ministerio de Medio Ambiente con peso e independencia operativa e incluso una vicepresidencia específica, dotar de más medios al Seprona (Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil) y reforzar la Fiscalía Coordinadora de Medio Ambiente y Urbanismo. También proponen incentivos fiscales para promover el ahorro, la restauración ambiental y el empleo verde, así como un modelo energético basado en las renovables. Y, en definitiva, políticas transversales que integren el medio ambiente en la actividad de todos los departamentos administrativos. Una petición lógica y pertinente que basa sus esperanzas en la entrada al ruedo político de partidos más sensibles a este discurso o, al menos, no una nueva mayoría de las candidaturas convencionales.


Al socaire de esta iniciativa, dos de las integrantes del G-5, Ecologistas en Acción y WWF, junto con la Asociación para la Conservación y Estudio del Lobo Ibérico (Ascel) y Lobo Marley, han elaborado una adenda sobre tan apasionante y conflictiva especie. Muy en sintonía con el suplemento especial que publicamos en septiembre, piden que se prohíba la caza del lobo y se supriman los mal llamados y peor ejecutados controles de población. Más que nada, como ya decíamos en septiembre, porque nadie conoce el tamaño de dicha población, se actúa como si estuviera al alza y todas las estimaciones la sitúan más bien a la baja. Hasta que no se organice un censo estatal fiable –o, más bien, peninsular, incluido Portugal– y tengamos valoraciones con garantías científicas, el principio de precaución aconseja dejar de matar lobos de una santa vez.

Pero, claro, una cosa son las propuestas y las promesas electorales, y otra muy distinta la suerte que repartan las urnas y la voluntad política de llevar realmente a la práctica todas estas iniciativas. Las ONG lo saben y los electores también. Son las reglas de un juego basado en el incumplimiento sistemático. Habrá que seguir insistiendo para que poco a poco, casi a regañadientes, las nuevas ideas sean asumidas y lleguen a concretarse en algo sustancial. Así ha sido hasta ahora y no se prevén, salvo sorpresas electorales morrocotudas, demasiados cambios. Son tantas las inercias a romper, que los avances en política ambiental parecen condenados a la victoria pírrica, al machaqueo del martillo pilón. Y, no lo olvidemos, a la evidencia, que también cuenta.

En similar escenario veremos qué aporta la Cumbre del Clima en París, que echará a andar cuando este número de Quercus llegue a sus lectores. Como todas las cumbres, parece la última oportunidad de hacer algo. Pero, como todas ellas también, lo más seguro es que las decisiones se aplacen hasta la siguiente.

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