Al igual que el prefijo “bio” ha requerido de una limpieza terminológica que redujese su aplicación legal y comercial a lo que realmente lo merece, algo parecido necesita el término ecoturismo. No todo cabe bajo su paraguas, ni por llevarlo una actividad pasa a ser beneficiosa para el medio natural.
Por Juan Hernández Soria
Asistimos a días de polémicas on-line sobre malas prácticas turísticas y confusiones de conceptos entre ecoturismo y turismo activo, entre ecoturismo y hacerse selfies con delfines. Días de repentinos birlibirloques que convierten por arte de magia en lo más "ecotouristic" del momento a deportes de riesgo y aventuras camperas y hasta domingueras de toda la vida, a cebaderos para observar lobos o a llamamientos multitudinarios al circo de la suelta de linces ibéricos, con gachas y vino incluidos en el precio.
Todo ello tal si fuera el sello "Bio" en sus comienzos, asumido grácilmente por cualquiera cual si cambio de sombrero fuere, hasta que llegó “Europa”, esa institutriz envarada y estricta que siempre viene a estropearnos todos los chiringuitos con su incomprensión hacia nuestra flexibilidad ibérica y con sus normas y categorías, especialmente las medioambientales, y de un plumazo transformó cientos de prefijos “Bio” en “bi”, “vida”, “trio”, “duo” y puede que hasta en algún “búho”.
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