Un gran número de variedades de plantas cultivadas se están perdiendo por todo el mundo, debido a la ruptura de los vínculos entre las personas y sus entornos naturales y rurales. ¿Cómo salvar lo que queda de este tesoro de valor incalculable?
Por Juan Carlos Guix
A través de los libros de escuela aprendimos que la agricultura surgió en el Creciente Fértil (valles del Nilo, Tigris y Éufrates) y que este fenómeno generó una verdadera revolución social que se extendió por todo el planeta Tierra. Sin embargo, hoy en día sabemos que la agricultura de subsistencia surgió también de forma independiente en diversas regiones repartidas por Asia, Oceanía, África y el Nuevo Mundo. De hecho, la historia de la agricultura no sería la misma si la domesticación del arroz, la patata, el maíz o el tomate no se hubieran iniciado también hace miles de años.
Así pues, a través de unos procesos de selección artificial de plantas, iniciados en diferentes regiones y épocas, pudieron surgir las primeras variedades incipientemente domesticadas, como es el caso de los plátanos y bananos (en el sureste de Asia y Nueva Guinea), de la soja (en Asia Oriental) y de los cacahuetes (en América del Sur). Sin embargo, sabemos aún muy poco sobre las poblaciones de las plantas silvestres que sirvieron de “gérmenes fundacionales” de las plantas domesticadas o incipientemente domesticadas, como son sus distribuciones geográficas precisas, sus variabilidades genéticas, requerimientos ecológicos o estatus de conservación. Y esto ocurre no sólo en relación a las plantas que nos sirven de alimento, sino también con las plantas silvestres con usos medicinales, estimulantes o las utilizadas para coagular la leche y elaborar quesos, entre muchas otras.
Este contenido es un resumen / anticipo de una información cuyo texto completo se publica en la revista Quercus, tanto en su versión impresa como digital.
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