Lobo en portada, amplio informe sobre turismo lobero y cita, nada casual, con la feria MADbird, que se celebra del 10 al 12 de junio en el corazón de Madrid y aborda precisamente nuevas formas de negocio relacionadas con la observación de fauna. Es muchísimo mejor el lobo como reclamo turístico que como especie cinegética y, además, va camino de generar más ingresos que su caza legal. El furtivismo, las batidas sañudas y los trofeos fraudulentos son otra historia. Una historia muy negra.
Pero de lo que se trata aquí es de debatir ese boyante negocio ya consolidado que consiste en tratar –sólo tratar– de ver a un lobo en libertad. Al ser un bicho listo y esquivo, no es fácil conseguirlo. Peor aún, puede estar oculto entre el matorral, a escasos metros de distancia, y no dejarse ver. Aunque él tenga bien vigilado al grupo de intrusos que ha penetrado en su territorio. En tales ocasiones, basta con percibir su presencia, saber que anda por ahí, para sentir un profundo estremecimiento. Las huellas y los excrementos, abundantes en zonas loberas, cuando no sus aullidos crepusculares, contribuyen poderosamente a crear ese ambiente. Lo sabemos bien, porque hace ya casi veinte años, parte de la redacción de Quercus montó una pequeña agencia para ir a buscar lobos a la sierra de La Culebra. Los madrugones eran de espanto, el frío atroz y la recompensa muy poca. Rara vez conseguíamos ver lobos. Pero el lobo estaba latente en Villardeciervos y otros pueblos de Zamora. Aún vivía Manuel Gallego, el mítico Manolín, guarda mayor de la Reserva Nacional de Caza y uno de los mejores conocedores del lobo ibérico. Los guías eran los hermanos Luis y Javier del Riego, fundadores del grupo naturalista Ciconia. A pesar de nuestras buenas intenciones y de contar con la mejor asesoría posible, aquellas excursiones eran la prehistoria de una actividad económica que hoy cuenta con varias empresas especializadas. Lo que empezó siendo una aventura se ha convertido en un nuevo sector turístico, todavía incipiente, sí, pero que necesita ser regulado.
No queda más remedio. Como siempre en estos casos, enQuercus anteponemos la conservación de la especie a cualquier otro criterio. Bienvenido sea el turismo lobero si favorece al lobo, pero entonces tendrá que hacerse dentro de unos cauces. Demasiado sabemos que, cuando hay dinero de por medio, todo lo demás pasa a un segundo plano. Los humanos, para evitar daños mayores e incluso perjudicarnos a nosotros mismos, hemos de dotarnos de normas. El turismo lobero ha llegado a un extremo que necesita ser regulado, por el bien del lobo y del propio negocio. Por la calidad y las salvaguardas que los clientes deben exigir a guías y agencias. Ya se hizo con el turismo ballenero, también plagado de potenciales peligros, y se ha resuelto aceptablemente bien. No vemos que tenga que ser diferente en el caso del lobo, o del oso.
En las páginas centrales de esta revista se discute a fondo la cuestión y también la hemos promovido en el último número de Turismo Rural, cabecera hermana de Quercus. Nos interesa que el lobo genere riqueza en las economías locales, hemos propuesto que salga de la lista de especies cinegéticas, exigimos que se gestione con respeto e inteligencia, no a balazos, y, por encima de todo, queremos Lobos Vivos, como ya dejamos claro en nuestro suplemento especial de septiembre de 2015. Los tiempos han cambiado y es preciso arbitrar fórmulas que hagan posible la coexistencia pacífica del lobo con una sociedad mayoritariamente partidaria de otorgarle protección. Incluso si hubiese un interés común en perseguirlo, algo que se ha hecho inútilmente durante siglos, nuestro deber sería destacar las ventajas de este auténtico tótem de la fauna ibérica. La esencia de la España salvaje, de lo último que nos queda por conservar. De la libertad en estado puro.