Situada en plena Costa del Sol, la bahía de Málaga es uno de los principales focos turísticos del Mediterráneo y figura entre las zonas más densamente pobladas de Andalucía. La pesca también ha sido particularmente intensa en sus fértiles aguas. Sin embargo, aún atesora muy notables valores ambientales que deberían preservarse, aunque sólo fuera como garantía de futuro para todas estas actividades.
Por Elena Moya-Urbano, José L. Rueda, Pablo Marina, Patricia Bárcenas, Salvador García-Barcelona y Jorge Baro
La bahía de Málaga, situada entre La Cala de Mijas y Torre del Mar, ocupa una extensión de casi 300 kilómetros cuadrados. Esta franja litoral de la Costa del Sol está densamente poblada, sobre todo el área metropolitana de Málaga (que cuenta con un millón de habitantes), y ha sufrido numerosos cambios durante el siglo pasado, como la construcción de puertos, espigones, edificios residenciales y hoteleros e incluso la mal llamada “regeneración de playas”. Su clima subtropical mediterráneo, con temperaturas medias de 200C y más de 300 días de sol al año, ha favorecido que se desarrollara un pujante sector turístico desde los años sesenta. En la actualidad, se ha convertido en un importante centro de referencia cultural y económica ante otras ciudades del Mediterráneo y recibe más de un millón de turistas a lo largo del año debido a sus buenas comunicaciones por tierra, mar y aire.
El propio emplazamiento biogeográfico de la bahía de Málaga hace que sus ecosistemas marinos alberguen una alta biodiversidad (1), ya que aquí coinciden organismos de afinidad atlántica y mediterránea gracias al intercambio de masas de agua a través del estrecho de Gibraltar. Además, debido a una compleja dinámica oceanográfica, se forma un remolino anticiclónico frente a la bahía de Málaga, el llamado “giro de Alborán”, que a su vez produce afloramientos costeros de aguas profundas y ricas en nutrientes. Dichos afloramientos elevan la producción planctónica, con hasta tres picos de abundancia en primavera, verano y otoño. Todo lo cual hace que esta región se encuentre entre las de mayor productividad planctónica del Mediterráneo occidental, junto con el golfo de León y la desembocadura del Ebro.
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