Comportamiento animal

El origen evolutivo del envejecimiento

Un compromiso entre longevidad y reproducción

Miércoles 22 de octubre de 2014
Es sorprendente cómo tenemos asumida nuestra propia muerte, o la de cualquier otro ser vivo. Pensamos que es consecuencia del desgaste inevitable de nuestro organismo, como si se tratara de un coche viejo, cuyas piezas acusan el uso.

Sin embargo, a diferencia de las maquinas, los seres vivos tienen la capacidad
de auto-repararse. Entonces, ¿por qué envejecemos? ¿Por qué la selección
natural permite que un organismo se deteriore y muera? Cabría esperar
que promoviera el máximo éxito reproductivo, es decir, contribuir
al mayor número posible de copias de cada individuo.


La primera de las explicaciones a este dilema es la “teoría de la muerte programada” que propuso August Weismann (1834-1914), según la cual el envejecimiento y la desaparición de los individuos es algo necesario para dejar recursos suficientes a los más jóvenes. Mi muerte beneficiaría así a mis propios descendientes, limitados por el aumento de la densidad de población. Tal idea supone la existencia de genes capaces de programar la autodestrucción del organismo. Sin embargo, para que tales genes se perpetuaran deberían tener la oportunidad de expresarse en número suficiente. Pero en la naturaleza pocos individuos llegan a viejos, debido a lo que se conoce por mortalidad extrínseca (accidentes, depredación, enfermedades, hambre). Por ello, si tal mecanismo de autodestrucción existiera, los individuos no expuestos a tales causas de mortalidad tendrían que sobrevivir poco más que el resto. En cambio, sabemos que los animales en cautividad, protegidos de todos estos eventos, viven hasta edades sorprendentes, insólitas en libertad. Más aún, esperaríamos encontrar una edad a partir de la cual se registraría un incremento explosivo en la tasa de mortalidad de la población. Sin embargo, dicha tasa parece desacelerarse con el transcurrir del tiempo y termina en un goteo de muertes entre sujetos ciertamente longevos.