Desde finales del año 2015 está en marcha un censo de lobos basado en el trabajo de más de 700 voluntarios, una decidida apuesta por eso que ha dado en llamarse ciencia ciudadana. La mayor parte del trabajo de campo consiste en detectar huellas y rastros de la presencia de lobos, pero todos los participantes sueñan con la posibilidad de avistar algún ejemplar.
Por Xiomara Cantera
Son las seis de la mañana de un día bastante frío para ser mayo, está nublado y ante nosotros se extiende un imponente valle que a esas horas parece dormido. Nos acabamos de instalar entre unas rocas, en un lugar discreto para observar sin ser vistos. Objetivo: ver al esquivo lobo ibérico (Canis lupus signatus). Es el primer día que salgo en busca de lobos y tengo la suerte de contar con un guía de excepción: José Antonio de la Fuente, Blas. Él es el encargado de coordinar el trabajo de campo del Primer Censo de Voluntariado para el Lobo Ibérico, una iniciativa de ciencia ciudadana que dirige Fernando Palacios, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), y coordina Ángel M. Sánchez. Hemos venido charlando todo el camino y, además de comprobar que sus botas tienen muchas más horas de campo que de asfalto, he percibido cómo, a pesar de tener un trabajo en la ciudad sin relación con los lobos, Blas enfoca su vida en torno a ellos. Organiza su día a día para buscarlos, analizar cómo se comportan, verlos, lograr grabarlos en vídeo y apoyar que sigan vivos en la península Ibérica.
Este contenido es un resumen / anticipo de una información cuyo texto completo se publica en la revista Quercus, tanto en su versión impresa como digital.