Aunque no dispone de hojas ni de raíces, la particular biología del jopo de lobo le permite sobrevivir gracias a que encuentra los nutrientes que necesita en las plantas que crecen a su alrededor. Es, por tanto, una planta parásita. La clave de su existencia reside en averiguar cuándo es el momento más adecuado para germinar.
Por J. Ramón Gómez
Desde que en septiembre entrara el otoño, hemos ido notando cómo la luz cambiaba poco a poco. El sol es ahora más amable y da un respiro a las escasas hierbas que aún siguen verdes. La luz intensa y cargada de furiosos amarillos ha dado paso a unos anaranjados más cálidos. La duración del día se acorta y las temperaturas se suavizan. Si las nubes lo consienten, son fechas de atardeceres inolvidables, capaces de teñir el cielo de un intenso escarlata. Unas nubes que, si las cosas suceden como tienen que suceder, vendrán cargadas de lluvias casi olvidadas. Es un momento perfecto para las plantas, con tiempo todavía benigno, en el que muchas hierbas urbanas aprovechan para recuperarse o comenzar un nuevo ciclo.
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