Con este ejemplar que tenéis en las manos, la revista Quercus cumple 35 años de andadura editorial. Fue en diciembre de 1981 cuando aquella lechuza pionera, con un ratoncillo en el pico, se asomó por primera vez a los quioscos de toda España. Hoy seguramente se habría convertido en un fenómeno viral. Dentro de un orden, pero viral. La verdad es que 35 años apenas son nada para los plazos que acostumbra a manejar la naturaleza, pero resultan bastantes si se consideran desde una perspectiva humana. Y muchísimos cuando se trata de una revista impresa que aún colea en un entorno crecientemente digital. La propia lechuza del primer número de Quercus puede ayudarnos a calibrar los cambios.
Para empezar, era una especie bastante más abundante hace 35 años que ahora. La intensificación de la agricultura, la pérdida de márgenes y lindes, los rodenticidas y hasta las nuevas formas de edificar conspiran en su contra. Antonio Sacristán, el autor de aquella foto, quizá nos hubiera propuesto hoy otro motivo. La lechuza anidaba en el desván de su casa en un pueblecito de la provincia de Toledo, rodeado de campos de labor donde, en invierno, todavía se veían grandes bandos de sisones en vuelo. El sisón, ¡otro que tal baila! La foto original era una diapositiva, formato que prácticamente ha desaparecido tras la irrupción de las cámaras digitales, y se procesó mediante fotomecánica, otro método arcaico y sepultado.
Para lograr la foto, Antonio tuvo que instalar una cámara con flash sobre un trípode en el interior del desván donde anidaba la lechuza y dispararla mediante control remoto cuando veía, desde fuera, que se posaba en el ventanuco. Hoy podría haber instalado una cámara de foto-trampeo o, mejor aún, una cámara de vídeo que le permitiera vigilar el escenario desde su estudio en tiempo real. La lechuza criaba un año tras otro y las sesiones fotográficas no parecían suponerle ninguna molestia. En un rincón del desván siempre había tres o cuatro pollos, apretujados en una masa mullida e indistinguible, salvo por sus ojos de color negro azabache. Entre ellos a veces destacaba la silueta más erguida del hermano que había engullido el ratón de turno, cuya cola sobresalía por el pico. ¿Qué habrá sido de aquella familia de lechuzas? Fantasmales, discretas, silenciosas. ¿Qué habrá sido de los sisones, las liebres y todo lo demás?
En la portada del número 370 de Quercus aparece un oso pardo, esta vez como heraldo de mejores noticias. Por lo que nos cuentan Fernando Ballesteros, Juan Carlos Blanco y Guillermo Palomero, la población cantábrica oriental se va recuperando, aunque todavía no haya tráfico fluido por el corredor que la conecta con la población occidental, más numerosa. Todo se andará. El oso llegaba en la Edad Media hasta Cádiz, como nos relata Juan Jiménez en otro artículo, así que nos conformamos con poco.
Entre la lechuza de 1981 y el oso de 2016 la botella puede verse medio llena o medio vacía, según pareceres. Son innegables los avances, pero también las inercias que se resisten al cambio. Y, sobre todo, cada vez es más intensa nuestra demanda de recursos naturales y la forma de explotarlos. No estamos dejando resquicios, precisamente aquellos donde se refugian los osos y las lechuzas.