Las cotorras están cada vez más presentes en nuestras ciudades. En los parques y jardines de Barcelona, Madrid o Málaga es casi imposible no verlas (u oírlas). Su abundancia es amplificada por la prensa y en las redes sociales. Pero, ¿estamos ofreciendo soluciones adecuadas y trasmitiendo información rigurosa sobre este problema creciente?
Por José Luis Postigo
En España tenemos mayoritariamente dos loros en libertad, la cotorra argentina (Myiopsitta monachus) y la cotorra de Kramer (Psittacula krameri), que comparten el dudoso honor de ser las dos especies de psitácidos con mayor éxito invasor del mundo. Mientras que la primera es originaria de Sudamérica, la segunda tiene un rango de distribución mucho más amplio, repartido entre el sur de Asia y el África subsahariana.
Ambas especies mantienen poblaciones invasoras por todo el mundo, incluida Europa, donde sus contingentes y su distribución geográfica es muy desigual. España cuenta con la mayor población europea de cotorra argentina y posiblemente la segunda a escala mundial -sólo por detrás de Estados Unidos- con 21.000 ejemplares, estimados en el año 2015. El total del resto del contingente europeo, con las mayores poblaciones en Italia y Bélgica, probablemente no alcance ni la mitad de la cifra española (1). La cotorra de Kramer, por su parte, cuenta con una población europea de más de 85.000 ejemplares, encabezada por Reino Unido (31.000), seguido de Alemania, Bélgica, Holanda, Italia y Francia (entre 7.000 y 10.000). España, con más de 3.500 individuos, estaría en el séptimo lugar (2).
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