Quizá parezca que va a más el vocerío de aquellos que quisieran ver al lobo exterminado de nuestros montes. Pero lo cierto es que, quienes resultan imparables y no dejan de crecer, son los que prefieren al Lobo Vivo –así, en mayúsculas–, lema del que también hemos hecho bandera desde Quercus. En nuestros días son ya poco aceptables costumbres antaño tan arraigadas como la exhibición de patéticos animales salvajes en circos y atracciones de feria. Por no hablar de los primates o cetáceos que aún se mantienen cautivos, unos seres tan inteligentes y socialmente complejos. Ante semejante escenario no debe estar lejano el día en el que podamos sellar un pacto de coexistencia con la fauna, al menos en los países occidentales. Pero, hoy por hoy, las relaciones con los animales que más chocan con los intereses humanos se siguen resolviendo a tiro limpio. Un criterio de Paleolítico refinado por la tecnología.
Somos conscientes de que aún queda un largo trecho por recorrer para aplicar medidas preventivas y compensatorias, bien adaptadas a cada situación, de modo que alivien la carga de las explotaciones ganaderas que se hayan visto afectadas por ataques de lobos. Algo se ha ido mejorando, pero las reclamaciones siguen siendo un calvario añadido para los afectados que acaban de perder alguna res. Mientras tanto, son ya muchos quienes ponen en duda que las batidas contra el lobo, los controles letales, tengan alguna utilidad práctica, aparte de procurar un alivio momentáneo a los enemigos de la especie. No sólo opinan así los conservacionistas, sino también buena parte de los científicos. La muerte de un lobo tiene, si acaso, el efecto contrario, pues añade nuevos defensores a su causa y ensombrece aún más el crédito de quienes lo persiguen.
Ahí tenemos, sin ir más lejos, el rimbombante Plan de conservación y gestión del lobo en Castilla y León, una comunidad autónoma que alberga la mayor población lobuna de Europa occidental. Algo debía estar mal planteado cuando una instancia como el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León ha decidido recientemente cargarse a golpe de sentencia dicho plan en su totalidad. Un documento fallido en el que encontraba soporte legal la intensa persecución que sufre el lobo en esa región. La sentencia, por cierto, traslada textualmente los argumentos esgrimidos por la Asociación para la Conservación y el Estudio del Lobo Ibérico (Ascel), que presentó en su día un recurso contencioso-administrativo contra el pretendido plan de conservación (y gestión a tiros, habría que añadir). De la sentencia destacamos expresiones tan tajantes como la inexistencia de “una motivación técnica suficiente y previa” que justifique el plan, o la falta de “informes técnicos o científicos independientes que avalen y aconsejen el establecimiento de las medidas de control y aprovechamiento cinegético” previstas.
Es obvio que el lobo va a seguir causando daños al ganado y que algunos ejemplares caerán tiroteados por simple represalia, ya sea con escopetas autorizadas o furtivas. Pero este pronunciamiento judicial es una oportunidad de oro para hacer borrón y cuenta nueva. Podrían aplicarse medidas y estrategias más acordes con los tiempos que corren y el creciente sentir ciudadano, por ejemplo sacando al lobo cuanto antes del zurrón de las especies cinegéticas. Los que queremos lobos vivos y coleando volveremos a salir masivamente por tercer año consecutivo a las calles de Madrid el 18 de marzo, convocados por Lobo Marley, Equo, Ecologistas en Acción y WWF España. Desde Quercus hemos respaldado una vez más esta movilización y animamos a todos nuestros lectores a que unan su voz a ese coro de aullidos por el lobo.