El origen de los esqueletos fue un gran paso dentro de la evolución de la vida en nuestro planeta. Se anticipó a la denominada Explosión Cámbrica, cuando los mares se llenaron de animales parecidos a los de hoy en día. Cambiaron para siempre los ecosistemas marinos y empezó a prepararse la colonización del medio terrestre.
Por Iván Cortijo
Imaginemos un mundo sin esqueletos, y no me refiero sólo al nuestro. En la naturaleza existen muchos tipos de esqueletos duros, distintos al esqueleto interno que tenemos los seres humanos y el resto de los vertebrados. Pensemos, por ejemplo, en conchas, caparazones, escleritos… Todo eso que se conoce como exoesqueleto o esqueleto externo. ¡Cuán distinta sería la vida sin ellos!
Los esqueletos son como las navajas suizas de la evolución, ya que sirven para múltiples cosas: protegerse, atacar, excavar, trepar… Incluso para tener un mayor tamaño, ya que ofrecen una buena base para que se inserten los músculos. Los animales más grandes que conocemos, desde la ballena azul hasta el extinto Patagotitan mayorum, un gigantesco dinosaurio, son todos vertebrados. Exceptuamos al más largo, Lineus longissimus, un gusano marino de hasta 55 metros y con esqueleto hidrostático, el otro tipo de esqueleto además del endo y del exoesqueleto.
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