Cernícalos vulgares y lechuzas comunes mantienen a raya las poblaciones de topillos campesinos y mediterráneos en los campos de alfalfa del sur Navarra. Ahora se trata de ver si es posible que los cárabos cumplan una función similar para controlar a la rata topera en los pastizales del Pirineo.
Por Diego Villanúa y Pablo Díez. Fotos: Diego Villanúa.
Es frecuente que la modernización agraria lleve aparejada un aumento en el tamaño de las parcelas, con el fin de reducir los costes de producción e incrementar los beneficios. Pero dicha estrategia supone la eliminación de linderos, muros de separación, árboles aislados y otros elementos de alto valor ambiental, con lo que se reduce la capacidad de acogida que tiene el hábitat para numerosas especies. Además, la agricultura industrial fomenta el monocultivo, lo que también reduce los gastos de producción, pero a cambio de una mayor homogeneización de los agrosistemas y su consiguiente pérdida de biodiversidad.
En estos ambientes simplificados es mucho más frecuente que aparezcan plagas agrícolas, lo que obliga a implantar sistemáticamente tratamientos de control. Un ejemplo muy claro son las explosiones periódicas de topillo campesino (Microtus arvalis) en los campos de Castilla y León. A partir de una distribución inicial circunscrita a la Cornisa Cantábrica, este pequeño roedor ha colonizado la Meseta Norte durante los últimos treinta años, gracias en gran medida a la homogeneización del hábitat. A mediados de los años ochenta comenzaron a detectarse los primeros picos de abundancia, que se han venido repitiendo con una periodicidad de más o menos cinco años. A raíz del pico registrado en 2007, empezaron a comprobarse los primeros casos de daños importantes a los cultivos en el extremo sur Navarra.
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