El auge de las grandes ciudades a raíz del éxodo rural ha amortiguado la presión que ejerce el ser humano sobre la fauna silvestre, que se ha vuelto más intrépida y confiada. El confinamiento debido a la epidemia de coronavirus ha puesto de manifiesto un fenómeno que llevaba décadas gestándose.
Por Alejandro Martínez-Abraín
Ahora que se rememora la figura del insigne divulgador Félix Rodríguez de la Fuente, debido el cuadragésimo aniversario de su fallecimiento, tal vez sea apropiado empezar diciendo que aquella fauna ibérica de la que él nos habló con tanta devoción ya no existe. No porque se haya extinguido, pues es mucho más abundante y está más extendida que entonces, sino porque ha cambiado. Buena parte del triunfo de Félix se debe a que nuestra sociedad vivía en un momento histórico que aún no hemos valorado bien. La gente abandonó masivamente campos y pueblos para irse a vivir a unas pocas grandes ciudades industriales y desde allí escuchaba encantada historias sobre su vida anterior. Poco antes, hacia mediados del siglo XX, la persecución oficial de la fauna considerada dañina para la caza había alcanzado sus cotas máximas. Culminaba así una guerra abierta contra los depredadores, orquestada desde la Corona ya en épocas medievales y que se generalizó a partir de 1542.