Editorial

El momento del lobo (y de la tórtola)

Domingo 28 de febrero de 2021

En el suplemento que dedicamos al lobo ibérico en septiembre de 2015, ya decíamos que veíamos a Quercus legitimada «para reclamar un régimen de protección legal que devuelva la dignidad a un animal que nos traslada a la versión más auténtica y emocionante de la naturaleza que queremos conocer y conservar.» Han tenido que pasar más de cinco años para que nuestro deseo, coincidente con el de muchos lectores, esté en vías de hacerse realidad. Por fin, parece que el lobo gozará en toda España del mismo estatus de protección legal que ya tiene al sur del Duero. Al menos, esta es la propuesta que han votado por mayoría el Gobierno central y las comunidades autónomas, no sin polémica. La propuesta, que tiene su origen en una petición de la asociación Ascel, debe aún superar otros trámites, incluida la fase de consulta pública, y culminará cuando el BOE incluya a toda la población española de lobo en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial (Lespre).

La principal consecuencia de esta medida es que el lobo ya no se podrá cazar como trofeo. Nos parece lo mínimo. En pleno siglo XXI, cuando la conservación de la biodiversidad debería estar en lo más alto de las preocupaciones sociales, que una especie de la trascendencia ecológica del lobo deje de ser por fin pieza de caza, allí donde aún lo era, es para celebrarlo. En tiempos de pandemia cada vez son más evidentes los vínculos de la salud humana con la salud animal y la salud ambiental. Los científicos alertan ya sin medias tintas de los riesgos de romper este juego de equilibrios, donde la fauna depredadora, lobos incluidos, es pieza decisiva.

Dicho esto, en Quercus no somos nada ajenos al drama del medio rural. Hemos dedicado cientos de páginas a destacar los beneficios ambientales de los agrosistemas tradicionales, la ganadería extensiva o la trashumancia. Al igual que el lobo no puede ser el chivo expiatorio de los verdaderos problemas que aquejan al campo español, su protección tampoco tendría que ir en contra de esos modelos y explotaciones que aportan valor natural y cultural. Pero tener al lobo como pieza de caza no ha impedido que el conflicto social alrededor de este asunto siga tan enconado o más que hace veinte años. Por otra parte, incluirlo en el Lespre aporta una oportunidad sin precedentes para que esa gestión deje de hacerse principalmente a tiros y pueda darse mucha más importancia a otros mecanismos, como ayudas e incentivos en zonas loberas, medidas preventivas y apoyo a los usos ganaderos compatibles con la presencia del lobo. Pero nada de todo eso será posible si le damos la espalda al medio rural. No auguramos mucho recorrido a cualquier avance que ignore a cuantos tengan algo que ganar y que perder en el proceso. Un acuerdo muy difícil, lo sabemos, pero imprescindible si queremos un futuro para el lobo en un contexto de paz social.

Por cierto, al igual que no se puede legislar sobre el lobo sin tener en cuenta las preocupaciones del medio rural, tampoco se puede decidir la suerte de las especies amenazadas ignorando los argumentos de la ciencia y la conservación. No haber incluido aún a la tórtola europea en el Catálogo Español de Especies Amenazadas supone dejar pasar una ocasión única para un elemento tan representativo como el lobo de nuestra naturaleza y nuestra cultura, pero que en este caso se nos va irremediablemente de las manos.


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