Por Arturo Valledor de Lozoya
En los últimos números de Quercus se han publicado dos artículos sobre náyades o almejas de agua dulce. Por uno de ellos me enteré de la situación terminal de la población de margaritona (Pseudunio auricularius), en el Canal Imperial de Aragón, último reducto de esta especie junto con algunos tramos de los ríos Ebro y Loira (1). Por el otro, que la situación de las náyades en la Albufera de Valencia, donde antes abundaban, no es mucho mejor (2).
Tales noticias me entristecieron, pero no me sorprendieron. Como malacólogo, hace tiempo que sé que las náyades son el grupo zoológico más afectado por la actual extinción masiva que causan las actividades humanas. En Norteamérica, treinta especies han desaparecido en los últimos cien años y el 65% de las que sobreviven se hallan, según la UICN, en las categorías de “En Peligro”, “Amenazada” o “Vulnerable”. El hecho se debe a la pérdida de la cantidad y calidad de las aguas dulces, lo que también afecta a los peces hospedantes que las larvas de las náyades, llamadas gloquidios, usan para vivir un tiempo y dispersarse. También las perjudica la introducción del mejillón cebra (Dreissena polymorpha) y la almeja asiática (Corbicula fluminea), dos bivalvos invasores que compiten con ellas por espacio y alimento dada su enorme capacidad de proliferación, pues llegan a alcanzar densidades de 3.000 e incluso 4.000 individuos por metro cuadrado.
AUTOR
Arturo Valledor De Lozoya es naturalista, malacólogo, viajero y médico jubilado, heredero de una tradición casi desaparecida que une la Medicina y las Ciencias Naturales. Es autor de unos doscientos artículos divulgativos y científicos y de los libros Envenenamientos por animales: animales venenosos y urticantes del mundo (1996), La especie suicida: el peligroso rumbo de la humanidad (2000), Caracoles: joyas de la naturaleza (2006), El Snark cazado (2012) y Ostrero canario: historia y biología de la primera especie de la fauna española extinguida por el hombre (2013).