Matemático de profesión, Fidel José Fernández sucumbió desde muy joven a su otra pasión: la naturaleza. El autor recuerda cómo fue ese acercamiento, primero a un emblemático espacio natural como son las Tablas de Daimiel, para luego dedicarse en cuerpo y alma a su querido Refugio de Rapaces de Montejo.
Por Juan José Molina
El tópico de que las matemáticas son poco atractivas para los jóvenes estudiantes está muy extendido socialmente, pero para ciertas mentes resultan sumamente sugestivas, pues, una vez aprendidas, no hay posibilidad de discusión. El Dr. Fidel José Fernández y Fernández-Arroyo tenía una memoria privilegiada y eso le servía para aprender y recordar que dos más dos son cuatro, que ocho por ocho son sesenta y cuatro o que la raíz cuadrada de ciento cuarenta y cuatro es doce, así como todas las reglas que rigen esta ciencia. Hay estudios que dicen que, dependiendo del rincón del cerebro que utilicemos, tendemos a entender mejor las matemáticas y Fidel tenía una mente altamente adaptada a ello, a la vez que una memoria fuera de lo normal. Siempre decía: "Las matemáticas son simples, que no quiere decir que sean sencillas. No tienen posibilidad de debate, pues son exactas".
Como muchos de los jóvenes de su edad, Fidel quedó prendado por el amor a la naturaleza que transmitió otra persona única, el Dr. Félix Rodríguez de la Fuente, así como por su capacidad de comunicación y la poesía de sus palabras.
Fidel había encontrado a su referente personal y el gran reto de su vida. Dejando atrás la vida corriente del resto de las personas, ni adolescencia, ni hormonas alteradas, ni distracción alguna le desviarían de ese objetivo.
La naturaleza le atrapó, ya que la complejidad de ésta hacía que las matemáticas que tanto le gustaban, fueran difíciles de aplicar en algo tan complejo, tan variado, tan anárquico. Un mismo ser vivo puede reaccionar ante un mismo estímulo de maneras totalmente diferentes. No existe el dos y dos son cuatro, pues entran en juego muchísimos factores que se nos escapan.
Fidel se impregnó del amor a la naturaleza y los problemas para su conservación que nos mostró Félix. Como persona poco costumbrista quiso hacer todo lo que en su mano estuviera para defender eso que tanto quería. Entendió siendo aún un niño, con una inteligencia asombrosa, que si trabajaba con la naturaleza y de ello dependía su sueldo, no podría enfrentarse a quienes la amenazaban y por ello dedicó su vida académica y profesional a las matemáticas, no sin formarse a conciencia en la biología con cientos de horas de estudio que, sumadas a su gran capacidad de memoria, le proporcionaban un conocimiento muy superior al de muchos de los biólogos, ambientólogos, o zoólogos que certificaban su capacidad tan solo con un título.
Primero las Tablas de Daimiel, luego el Refugio de Montejo
Uniendo sus dos pasiones, encaminó su vida al desarrollo de ese amor. Primero se enamoró de las Tablas de Daimiel (Ciudad Real) y digo que se enamoró en el sentido pleno de la palabra. Cuando alguien le preguntaba si nunca se había enamorado de alguna chica, él contestaba con total vehemencia: "Mi primera novia fueron las Tablas de Daimiel, pero me sentí decepcionado y abandonado cuando, por la avaricia humana, desaparecía la vida que había en ella y que mantenía mi amor por ella. En ese momento conocí el Refugio de Rapaces de Montejo y desde entonces vivo enamorado de él".
Fidel José hace entrega a Hoticiano Hernando de un ejemplar de sus "Hojas Informativas" durante el homenaje a los guardas del Refugio de Rapaces de Montejo que se celebró en las Hoces del Riaza en noviembre de 2004 (foto: José Luis Armendáriz).
Como buen enamorado, les escribió poesías a sus "novias", llenas de amor, ternura y pasión: "Los registré con enorme ilusión, sintiendo por su vida un gran respeto; conté todos los nidos del cañón, y a las rocas arranqué su secreto." (extracto de la poesía El Páramo, escrita por Fidel José en 1983).
Como buen novio, quiso cuidar de ellas y fue su segunda novia la que más se dejó querer, pues la vida en el Refugio de Rapaces de Montejo (Segovia) rebosa por todos los lados.
Fidel, como hacemos el resto de los mortales, entendió que debía comprender a su novia para perpetuar su amor y, atraído por la belleza de su biodiversidad, quiso conocerla tan a fondo como quien gusta de reconocer cada poro de la piel de su pareja amada.
Esto lo aplicaba a sus dos pasiones: las matemáticas y la naturaleza, queriendo saber si la aplicación de la ciencia exacta a la más anárquica como es la biología, podía hacerle entender sus procesos y de ese modo proteger aquello que tanto quería.
Como él decía en sus impresionantes conferencias, levantando la voz y haciendo que el público quedara en ese momento extasiado ante su ímpetu: “Quería saber… Quería saber… si la protección del refugio era eficaz”.
Y para saberlo había que conocer lo que había y su evolución. Se necesitaba realizar un estudio exhaustivo y, sobre todo, continuado en el tiempo, con un rigor matemático que diera las pistas necesarias para saber si las poblaciones de las diferentes especies aumentaban o descendían.
Y así lo hizo hasta el final de sus días. Con miles de horas de campo, otras tantas de trabajo de estudio, miles de folios, informes, registros, artículos…. El estudio, sin duda alguna, y a pesar de su humildad que siempre le hacía decir un “quizás”, más exhaustivo y continuado en el tiempo de una población de aves carroñeras y de un espacio natural. Él registraba año tras año la evolución de la vida en el Refugio, perdido en esos montes, comportándose como un animal más y conectando con sus habitantes. Durante varias semanas al año su vida era una inmersión en el Refugio para comprobar por sí mismo la evolución de "todos" los nidos de las diferentes especies. Un trabajo a veces poco valorado por la comunidad científica, pero cuyo coste ninguna entidad podría haber asumido si hubiera tenido que ser contratado. Se habría necesitado un equipo enorme de estos “sabios”, que le criticaban y que, por mucho que digan que la naturaleza les gusta, no habrían dedicado un solo minuto sin cobrarlo y, pasado el tiempo de su jornada laboral, se darían la vuelta y se irían a casa sin mirar atrás.
Y llegaron las Hojas Informativas
Ciertamente, aunque el registro que cada año hacía Fidel era tremendo, él también tenía el apoyo de un gran equipo. Cientos, diría que miles de naturalistas, entre ellos varios que sí son reconocidos como “sabios” por la comunidad científica, colaboraban en el estudio del Refugio y las Hoces del Riaza, cediéndole a Fidel sus datos, fotos y registros. Esto que puede parecer que sólo servía para facilitar el trabajo a Fidel, no era así, pues después él debía apuntarlo todo, examinarlo, ordenarlo y estudiarlo a conciencia y reflejarlo después en las Hojas Informativas, cual anuario del Refugio, que en los últimos años componían dos tomos de cerca de quinientas páginas. Otro trabajo quimérico de Fidel, pues para la realización de un “anuario” tan detallado, haría falta otro equipo más de varias personas con una dedicación casi exclusiva.
Fidel José acompaña al biólogo Juan Prieto durante la reunión de coordinación del Censo de Otoño de 2009, en presencia de otros “montejanos” (foto: Juan José Molina).
En las Hojas Informativas está reflejada toda la historia del refugio en sus 47 (casi 48) años de historia. Una cantidad fabulosa de datos, que sirven de herramienta indispensable, para cualquiera que quiera entender cómo ha sido y cómo es el Refugio de Rapaces de Montejo, las Hoces del Riaza y sus alrededores.
Como buen novio, Fidel defendió aquellos parajes de cualquier agresión o acción que pudiera hacerles perder algo de su belleza, aunque en ello le fuera la vida. Resulta paradójico que precisamente se nos haya ido en un momento dulce en cuanto a luchas se refiere, pues la actual dirección del Parque Natural Hoces del Riaza, así como los responsables de la Junta de Castilla y León en Segovia, comprendieron a la perfección a Fidel y su trabajo, valorándolo y dando facilidades, algo que no siempre fue así.
El gran legado de Fidel
Por último, hay que destacar del trabajo de Fidel, además de sus estudios naturalistas y su recopilación de datos que otros aportaban, la divulgación que hacía de este espacio natural. Su ímpetu, la pasión que desprendía cuando hablaba del Refugio y su capacidad comunicativa, contagiaba e impregnaba a todo el que le escuchaba. Así es como consiguió rodearse de un equipo ingente de personas que también se enamoraron de “su novia”: los “Montejanos”, que colaboraban con él en su defensa y sentían como propia la bella historia de conservación única. Y es que esa es la magia del Refugio, la cantidad de personas enamoradas de él, que han dado parte de su vida (en el caso de Fidel su vida entera) por defenderlo.
Fidel nos ha dejado sumidos en una terrible tristeza, perdidos y sin rumbo, sin saber cómo darle continuidad al relato del Refugio. Pero esa es la tarea que ahora debemos hacer los “Montejanos” sin él. Una tarea que, como el trabajo que hacía Fidel, resulta de primeras imposible, pero aquellos que tuvimos la suerte y el privilegio de compartir parte de la vida con él, tenemos la obligación y responsabilidad de hacer todo lo posible para que esa llama nunca se apague.
Gracias, Fidel, por haber hecho mejor este mundo, por tu generosidad entregando tu vida a una causa tan justa. Te echamos ya mucho de menos. Honraremos tu memoria lo mejor que podamos. No tengas en cuenta nuestra mediocridad al compararnos contigo.
Vuela alto junto a esos “seres legendarios” que tanto querías y protegiste, sube a los cielos como buen cristiano que fuiste y desde allí, junto a Félix y al guarda Hoticiano, guía nuestro difícil camino.
Descansa en paz, Dr. Fidel José Fernández y Fernández Arroyo.
AUTOR
Juan José Molina es vicepresidente del Fondo para el Refugio de las Hoces del Riaza.