Miércoles 22 de octubre de 2014
En relación con la conservación de especies en España, parece haber algunos fantasmas empeñados en volver cuando ya se les suponía lejos. Está pasando con los cebos envenenados, de triste actualidad en los últimos tiempos por el repunte de su uso ilegal para erradicar predadores por parte de ciertos sectores cinegéticos y ganaderos sin escrúpulos, y lo mismo puede decirse de los tendidos eléctricos.
En los años noventa, gracias en buena parte al apoyo económico de la Unión Europea a través de los fondos Life, se invirtieron más de cinco millones de euros en modificar y aislar los postes y cables peligrosos para el águila imperial. Esta suma sirvió para pagar a las compañías eléctricas por acceder a corregir los puntos negros para la especie, sobre todo en las cercanías de sus áreas de cría.
La recuperación poblacional del águila imperial, que supera ya las doscientas parejas reproductoras, algo le debe a esos trabajos. Pero recientemente ha vuelto a saltar la alarma: entre 2004 y 2005 se han encontrado electrocutados treinta ejemplares de nuestra rapaz más emblemática, cifra que duplica la mortalidad del pasado lustro. Ya sea por la menor efectividad con el paso del tiempo de las correcciones aplicadas, caso del deterioro del aislamiento plástico de los cables, o porque no se ha actuado en las zonas de dispersión o de asentamiento reciente de la especie, lo cierto es que los números cantan.
El balance del impacto de los tendidos en otras especies amenazadas es tanto o más grave. En los últimos diez años han muerto electrocutados más de doscientos ejemplares de águila perdicera (la mitad de las bajas que sufre esta rapaz se debe al mismo problema), mientras que la colisión contra cables se está revelando como especialmente dramática para aves como la avutarda o la hubara canaria.
No por casualidad SEO/BirdLife decidió dedicar la pasada convocatoria del Día de las Aves, celebrada el 7 y el 8 de octubre, a divulgar la amenaza de estas trampas mortales. Y lo hizo enviando al monte a más de un centenar de voluntarios, que recorrieron más de seiscientos kilómetros de tendidos en seis comunidades autónomas. El resultado supera todas las previsiones: más de doscientas aves muertas, entre ellas algunas tan amenazadas como águilas perdiceras, buitres negros, milanos reales y avutardas.
Desde hace algunos años, los nuevos tendidos eléctricos que se instalan incluyen diseños para evitar su impacto en aves y son ya varias las comunidades autónomas que han aprobado normativas en este sentido. Los problemas vienen dados sobre todo por los de antigua construcción. Los expertos creen que con una inversión de unos cuarenta millones de euros se podrían aplicar modificaciones definitivas en estos viejos tendidos y, en pocos años, acabar o al menos reducir en gran parte el peligro.
La medida está prevista en un esperado decreto estatal que lleva años navegando a la deriva entre los despachos de varios ministerios. Muchos tememos que se hunda silenciosamente antes de aprobarse. El de Medio Ambiente lo elaboró y lo propuso y el de Industria, por sus competencias en la materia, debería dar su visto bueno y asumir la mayor parte del coste que implica su aplicación, una nimiedad si se compara con los más de siete mil millones de euros anuales que maneja este organismo. De lo contrario, perderíamos una oportunidad histórica para acabar con una de las bestias negras de nuestra avifauna más amenazada.
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