Por Elisa Villén-Molina y José R. Verdú
Los excrementos depositados en el campo se descomponen y fertilizan el suelo. Pero este proceso depende de una serie de organismos especializados en alimentarse de materia fecal, conocidos genéricamente como coprófagos, y se ha interrumpido en no pocos espacios naturales. La ivermectina, un medicamento antiparasitario muy utilizado para tratar al ganado, se elimina con las heces y es tóxica para los escarabajos que disgregan, desplazan y entierran los excrementos. Las boñigas queden intactas y no se reciclan, por lo que, en lugar de aportar beneficios al ecosistema, lo degradan: nitrifican el suelo, incrementan su compactación, merman el control biológico de los parásitos del ganado, reducen la calidad de los pastos...
Una herramienta usada sin control
Además de ser una herramienta esencial para controlar las enfermedades del ganado, los medicamentos antiparasitarios contribuyen a una producción estable de alimentos, segura para los consumidores y rentable para los ganaderos, siempre que se utilicen de forma racional. Es decir, sólo cuando sea necesario y mediante una aplicación adecuada del principio activo y sus dosis, junto con las correspondientes medidas preventivas. Es imprescindible evaluar la relación entre riesgo y beneficio tanto para las personas como para los animales y el medio ambiente.
AUTORES
Elisa Villén Molina es veterinaria y especialista en conservación de fauna silvestre. Tras varios años de colaboración con GREFA y otros centros de recuperación, desde 2019 está a cargo del proyecto conjunto entre WWF España y GREFA para mitigar el impacto ambiental de la ivermectina en espacios naturales protegidos.
José Ramón Verdú Faraco es catedrático de Zoología en la Universidad de Alicante e investigador del Centro Iberoamericano de la Biodiversidad (CIBIO). Su principal línea de trabajo se centra en el efecto de los fármacos veterinarios sobre la biodiversidad de los insectos descomponedores y el medio ambiente.
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Elisa Villén
eliville@ucm.es