Por Luciano Labajos
Han pasado casi veinte años de aquel artículo (ver Quercus 237, págs. 80 y 81). Recuerdo que miles de árboles fueron en aquellas fechas sacrificados durante la realización de obras especulativas en Madrid capital. Las tímidas medidas que recoge la legislación, como las declaraciones de impacto ambiental, no fueron suficientes ante la voluntad decidida de manipular la normativa y a pesar de que los tribunales nos dieron la razón cuando las obras estaban ya muy avanzadas.
Victoria pírrica. Sólo en las riberas del río Manzanares, aledañas a la autopista M-30, contabilizamos la pérdida de más de 22.000 árboles y decenas de hectáreas de parques, muchas de ellas en jardines históricos o catalogados. Diputados del Parlamento Europeo que vinieron a visitar las obras no daban crédito a lo que estaban viendo.
Se crearon plataformas ciudadanas en muchos barrios. Una de ellas, SOS Paseo del Prado, sumó más de cincuenta organizaciones vecinales, sindicales y ecologistas. Las obras, en este caso, sí se consiguieron parar después de una dura campaña y hoy podemos contemplar la mayoría de los árboles de la alameda del famoso bulevar en todo su esplendor.
Hoy en día de nuevo la fiebre destructora de árboles parece haberse apoderado de nuestros gestores. Después del desaguisado que sobre el arbolado capitalino causó el temporal Filomena se han lanzado a promover obras en todas partes. Fuentes de la oposición municipal cifran en 78.000 los árboles adultos ya perdidos por diferentes motivos. Mientras tanto miles de ellos siguen amenazados y no son pocos los parques sometidos a remodelaciones destructivas.
Recientemente ha sido inaugurada la nueva Plaza de España, que ha supuesto la destrucción de más de un centenar de árboles. Podemos estar contentos, una nueva plaza dura ha nacido. Se prevé que durante las obras de ampliación de la línea 11 del metro de Madrid se talen centenares de árboles y se destrocen varios parques, total o parcialmente: Parque de Comillas en Usera, Parque Darwin en Moratalaz y Madrid Río, antes Parque de La Arganzuela, donde una arboleda magnífica de plátanos que se salvó hace veinte años ahora será talada. Con las obras de remodelación ferroviarias, por parte de Adif, como las previstas en la Estación de Atocha, se talarán centenares de árboles. La Operación Chamartín, que ha conseguido un raro consenso, cuando se desarrolle, terminará con más de cinco mil árboles.
Son sólo algunos ejemplos de lo que se está viniendo encima y las cifras son además aproximadas: hemos aprendido que, cuando se cerca un parque, un paseo, una zona verde o un solar, las pérdidas del arbolado siempre son más de las que en principio se preveían.
Tengo a menudo la sensación de que la preocupación acompañada de verborrea sobre cambio climático, olas de calor, bosques metropolitanos, plantación de árboles a miles -que luego se dejan a su suerte y mueren- es pura propaganda engañosa o si se quiere mentirosa. Mientras tanto, los ciudadanos de Madrid se han vuelto a organizar de nuevo en plataformas cívicas, en lucha desigual, para combatir esta irracional política arboricida que amenaza su salud y su calidad de vida.
AUTOR:
Luciano Labajos es portavoz de la Comisión de Naturaleza y Biodiversidad Urbana de Ecologistas en Acción de Madrid.