Por Jacinto Román
Decía el ornitólogo G. K. Yeates, en su libro Bird life in two deltas (1945), que “las marismas desafían cualquier descripción”. Tanto es así que Abel Chapman, un viajero por España durante el siglo XIX, reconocía en su clásico libro de viajes Unexplored Spain (1910) que “en ningún lugar de la tierra nos hemos encontrado con una región como esta, literalmente seca todo el verano e inundada todo el invierno”. Tal singularidad había llevado a que el mismo Chapman, en un artículo publicado en la revista científica Ibis en 1884, indicara que “no tenemos en inglés un equivalente a la palabra marisma”. Todos los autores clásicos extranjeros usaron esta palabra en castellano para referirse a una zona tan especial como son las Marismas del Guadalquivir: una vasta región obstinadamente llana, que cambiaba radicalmente a lo largo del año.
Desde tiempos históricos las Marismas del Guadalquivir han sido vistas como un espacio al que había que someter, pero resistió hasta bien entrado el siglo XX como uno de los últimos lugares de naturaleza indómita en Europa. Los suelos salinos, la inundación durante la época de lluvias y la sequía en el verano las convertían en un sitio inhabitable por los humanos, pero también en un paraíso para la fauna. No obstante, el desarrollo de la tecnología necesaria llevó a su transformación en cultivos de regadío, perdiéndose de esta forma gran parte del importante ecosistema que albergaba. Tanto es así que ya casi ni se las conoce por su nombre original. Pero, ¿cómo eran realmente las Marismas del Guadalquivir?
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El biólogo Jacinto Román Sancho lleva 25 años vinculado laboralmente con la Estación Biológica de Doñana (CSIC). Ha trabajado en diferentes proyectos desarrollados en Doñana, principalmente con fauna vertebrada. "Me gusta conocer cómo funcionan las cosas. Siempre he pensado que, en un ambiente como el nuestro, tan humanizado, para entender un espacio es esencial conocer su historia y, en ese marco, se encuadra este artículo", explica el autor.
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