Editorial

Estrecheces históricas de las ciencias naturales en Madrid

Miércoles 01 de mayo de 2024

Ha sido providencial que Francisco Gragera dedicara un artículo a la antigua Casa de Fieras de Madrid (págs. 24-30). Un rudimentario zoológico que estuvo instalado durante décadas en el interior del Parque del Retiro, en pleno casco urbano. Los edificios fronterizos de la avenida Menéndez Pelayo no sólo tenían vistas a los jardines históricos, sino también sobre aquella magra muestra de la fauna mundial. Eran, desde luego, otros tiempos. Había dos cosas que se percibían claramente antes de cruzar la puerta de entrada: el jaleo que organizaban los monos y el pestazo procedente de las jaulas de los carnívoros. Dos estímulos muy sugerentes. Cuando rugía el león, había una desbandada hacia su cuchitril con el afán de presenciarlo. La gente compraba cacahuetes y traía barras de pan duro para alimentar a los animales. Nada de eso estaba prohibido, más bien alentado. Nos conformábamos con poco, pero allí se forjaron algunas vocaciones naturalistas, como la de Paco Gragera y la mía.

Complemento de aquella Casa de Fieras era, claro está, el Museo Nacional de Ciencias Naturales, donde el protagonista indiscutible era el Diplodocus que ocupaba la estancia central. Un esqueleto gigantesco y sobrecogedor, capaz de evocar ecosistemas remotos en la fantasía infantil. Mucho más tarde sabría, con algo de decepción, que no era un fósil original, sino una réplica. Incluso que no todos sus componentes pertenecían al mismo individuo. El cráneo, por ejemplo, le era ajeno. Pero, a pesar de todo, se trataba de una pieza histórica, una donación del magnate Andrew Carnegy que compartían muy pocos museos del mundo. Ahora ocupa un lugar destacado entre otras réplicas de dinosaurios, pero ya no impone su soberana presencia. Esta añeja institución siempre ha padecido problemas de espacio. Uno de los principales valedores actuales del Museo, Eduardo Aznar, ha fallecido recientemente, como recogemos en la nota necrológica de la página anterior. Desde la presidencia de la Sociedad de Amigos, siempre denunció el encorsetamiento crónico, que relegaba las colecciones a depósitos y cámaras no accesibles al público.

Todo se quedaba pequeño, la Casa de Fieras y el Museo de Ciencias Naturales. El actual Zoo Aquarium de Madrid vino a solventar las necesidades de la primera. Pero el segundo sigue compartiendo sede con la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales. Hay dos posibles soluciones: ocupar en solitario el que fuera Palacio de las Artes y la Industria, a lo que se niegan los ingenieros, o buscar una sede digna para el heredero del Real Gabinete de Historia Natural creado en tiempos de Carlos III. Ya que entonces no pudo instalarse en el actual Museo del Prado, como estaba previsto, ¿qué tal si el Ministerio de Agricultura se trasladara a un edificio menos solemne y cediera a tal fin el soberbio Palacio de Fomento? Los costes serían considerables, pero también las ventajas: Jardín Botánico, Real Observatorio y Museo de Ciencias volverían a constituir el conglomerado ilustrado que ideó Carlos III, justo en la zona donde coinciden los tres museos dedicados al arte que han hecho de Madrid una celebridad internacional: Prado, Thyssen-Bornemisza y Reina Sofía. Y, para quien conozca la ciudad, muy cerca también del Parque del Retiro.

Rafael Serra es director de Quercus


Noticias relacionadas