Doñana vista desde dentro

Es el 23 de noviembre de 2004. A eso de las nueve de la mañana llegamos al lucio de Marilópez. Ha llovido muy poco durante el otoño y la marisma está seca, cuando el año anterior, por estas fechas, era una inmensa llanura inundada. Las aves se agrupan en los pocos sitios que mantienen agua, como esta laguna que recibe aportes artificiales por bombeo, situada en la Reserva Biológica del Guadiamar, una de las grandes fincas del Parque Nacional de Doñana.

Está conmigo Fernando Ibáñez, uno de los ornitólogos de la Estación Biológica de Doñana (EBD) encargados del seguimiento durante todo el año de la avifauna de este espacio protegido. Da una envidia atroz sólo pensarlo, pero su rutina laboral diaria consiste en recorrer el mejor paraíso natural de Europa occidental, en todo-terreno o a caballo, casi siempre por lugares de acceso vedado al común de los mortales, mientras toma nota de lo que va viendo. Sus datos sirven luego para los estudios de muchos investigadores. Cuando pocas semanas antes llamó a la redacción de Quercus para invitarme a acompañarle durante un par de días de trabajo de campo, alojándome en el Palacio de Doñana, no me lo pensé dos veces.