Por Carlos Manuel Romero
El rapto de las sabinas
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Una cantera de caliza en un monte del término municipal de Los Barrios de Luna (León), en plena cordillera Cantábrica, amenaza a unos sabinares muy interesantes, que marcan el límite occidental de este árbol en la Europa continental. Este caso refleja el desinterés por conservar ciertos reductos forestales de gran interés ecológico y biogeográfico, pero que han caído en el olvido.
Fue un episodio narrado por autores de la época como Tito Livio, Plutarco, Virgilio y Ovidio: en la Roma primitiva, su primer rey y fundador, Rómulo, ante la falta de mujeres, trama una aventura para dotar de esposas a los romanos y asegurar la continuidad de la ciudad. Para ello organiza unos juegos en honor de Neptuno e invita a sus vecinos los sabinos, que acudieron al acto con cónyuges e hijas, precedidas por el rey de Sabinia, Tito Tácito.
A una señal convenida, cada romano raptó a una sabina. Ultrajados y traicionados, los sabinos reaccionaron acorralando a los romanos pero, cuando parecía inevitable la batalla final, las sabinas se interpusieron entre ambos bandos para que no se mataran entre ellos. Finalmente se celebró un banquete de reconciliación y Rómulo y Tito Tácito formaron una próspera diarquía en Roma hasta la muerte de aquel.
Esta leyenda interesó a varios artistas, entre ellos el pintor francés del siglo XVII Nicolás Poussin, que la reflejó en dos famosos óleos. Uno puede contemplarse en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York; el otro, algo mayor, en el Museo del Louvre, en París.
Sin embargo, en el universo de las cosas que la razón humana quiere poner en orden existe otras sabinas y no entre las pacificadoras del capitolio romano, sino entre los árboles gimnospermos, aunque como veremos, también podría hablarse de un verdadero rapto. Con el nombre de sabinas se agrupan tres especies que tienen las hojas empizarradas como los cipreses: la negral, la rastrera y la albar. Incluidas en el género Juniperus, dentro de la familia de las cupresáceas, las une su tolerancia a los suelos degradados y los climas extremados.