De las colecciones privadas a los museos públicos
Salas de maravillas: los primeros museos de Historia Natural
Texto y fotos: Arturo Valledor de Lozoya
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Poca importancia damos hoy a un grano de pimienta. Sin embargo, considere el lector que pocas cosas han sido más determinantes en la historia de la Edad Moderna. El enorme interés que las especias suscitaron en Europa desde la época de los romanos no puede explicarse por su uso como condimento, sino como medicamento. En la Edad Media y el Renacimiento se las creía las bayas del Paraíso Terrenal, cuya existencia en algún lugar de Oriente era dada por cierta. Por eso se les asignaba el poder de prolongar la vida y de ahí que fueran el principal componente de los preparados farmacéuticos, aún hoy llamados “específicos”. Su alto precio, motivado por la participación de muchos intermediarios, las hacía más deseadas si cabe: pimienta de Java y Sumatra, clavo y nuez moscada de las islas Molucas, canela de Ceilán, jengibre de la India… Las valiosas especias eran llevadas por barco a Calicut y otros puertos de la costa malabar, desde donde los árabes las distribuían por el golfo Pérsico y el mar Rojo. Luego, a través de los desiertos de Siria y Egipto, eran transportadas en caravanas de camellos hasta Alejandría. Allí, los mercaderes venecianos y genoveses las compraban para revenderlas en Europa por su peso en oro. El descubrimiento de la ruta marítima a la India por el portugués Vasco de Gama conllevó una mayor facilidad para obtener especias y otros productos orientales asimismo ansiados por los europeos, como porcelanas, sedas, perlas, gemas y maderas preciosas.
Teatros del universo
Pero las naos portuguesas que hacían la carrera de Indias, a las que siguieron los galeones holandeses y más tarde los ingleses y franceses, también llevaban al Viejo Mundo otros objetos exóticos nunca vistos, algunos tan exquisitos que cuestionaban la primacía de la cultura europea, y todo ello en una época en que Copérnico planteaba que la Tierra no era el centro del universo. Para guardar y coleccionar esos objetos surgieron las Kunst und Wunder Kammern (abreviadamente Kunstkammern o Wunderkammern), un término alemán que significa “salas de artes y maravillas”. Estos museos privados de coleccionismo señorial pretendían ser miradores del mundo, intentos de resumirlo o reproducirlo en una habitación en la que cada una de sus piezas era una clave para conocerlo mejor, a la vez que para experimentar la contemplación maravillada de lo ignoto y misterioso. En definitiva, el universo o macrocosmos reflejado en una colección como microcosmos, a decir de Samuel Quiccheberg, un médico flamenco que fue conservador de la wunderkammer del duque Alberto V de Baviera y autor en 1565 de un primer tratado sobre el tema, titulado Inscriptiones vel tituli Theatri Amplissimi.
Cualquier cosa que se saliera de lo habitual, ya fuera procedente de la naturaleza o de la creación humana, tenía cabida en una wunderkammer. No obstante, el contenido de cada una dependía de las peculiares inclinaciones de su propietario. En un informe de 1587 redactado por Gabriel Kaltemarck para el príncipe elector Christian I de Sajonia se exponen los cuatro apartados de una sala de maravillas: naturalia, artificialia, scientifica e iconografica. El primero reunía objetos naturales; el segundo objetos de carácter etnográfico; el tercero instrumentos científicos y aparatos mecánicos, y el cuarto pinturas y esculturas. En este último también se guardaban acuarelas de los animales y plantas de la colección, las cuales hacían la función de las actuales fotografías y dieron inicio a las ilustraciones de Historia Natural. La naturalia de las grandes wunderkammern incluía un jardín u hortus botanicus y un zoológico o vivarium.
En 1594, el filósofo Francis Bacon, otro teórico de las wunderkammern, dio en Gesta Grayarum una descripción precisa de lo que eran, señalando al entonces príncipe Jacobo I de Inglaterra, a quien dedicó la obra, que un gobernante, para alcanzar grandeza, debía comprometerse a conocer la naturaleza y descubrir los secretos del mundo. En la aristocrática descripción de Bacon se echa de ver que, además de padre del método experimental, era barón de Verulam y vizconde de Saint Albans: “Lo primero, una biblioteca perfecta y universal cuyos libros contengan toda la sabiduría y el ingenio del hombre para que contribuyan a la sabiduría personal. Lo segundo, un jardín maravilloso y amplio en el que crezcan plantas diversas silvestres y cultivadas, y que en este jardín se hayan construido establos y jaulas para albergar a raras bestias y criar pájaros raros, y con dos lagos, uno de agua dulce y otro salada en los que naden variedad de peces, y así se tendrá una réplica privada del mundo natural en pequeño. Lo tercero, un magnífico y enorme gabinete para guardar hermosos objetos hechos por el hombre y cualquier cosa singular que la naturaleza haya producido y deba ser guardada. Y lo cuarto, un retiro bien provisto de instrumentos, morteros, atanores y matraces que sea el palacio idóneo para la búsqueda de la piedra filosofal.”
El origen de las salas de maravillas está en las colecciones de libros, cuadros, medallas, objetos exóticos y curiosidades naturales reunidas por algunos magnates y humanistas del Renacimiento como el duque de Berry, los Médicis, el banquero Jakob Fugger, el filósofo Erasmo de Róterdam y el pintor Alberto Durero. Las primeras aparecen en la segunda mitad del siglo XVI, es decir, en el Renacimiento tardío, casi todas constituidas por personajes de la realeza, los cuales delegaban en uno o varios eruditos su conservación y catalogación. Aparte de su significado como teatros del universo y microcosmos domésticos, servían de fuente de estudio a esos sabios, así como de inspiración a los artistas que estaban acogidos al mecenazgo de sus propietarios. También tenían una función protocolaria, ya que eran ceremonialmente mostradas a los gobernantes y embajadores de otros países como signo del esplendor material e intelectual del alto personaje al que visitaban. Por último, tenían un sentido religioso, ya que, al mostrar las maravillas de la Creación, evidenciaban la magnificencia del Creador.