Pocas casas y muchos inquilinos: competencia desaforada en África tropical
Vertebrados e invertebrados compiten con las aves por los huecos de los árboles
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Por José Pablo Veiga, Vicente Polo y Wanyoike Wamiti
Las aves trogloditas, aquellas que anidan en oquedades naturales, suelen sentirse atraídas por las cajas-nido. Eso significa que los huecos disponibles son limitados y hay competencia por ocuparlos. Un reciente estudio realizado en Kenia pone de manifiesto que esa competencia va más allá de la propia especie, incluso del resto de las aves, para implicar a un nutrido grupo de animales.
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La mayoría de nosotros, incluso los menos dados a observar la naturaleza, hemos sido testigos del momento en que un pájaro entraba en el agujero de un árbol llevando una presa en el pico. Dicha escena es la evidencia inequívoca de que una pareja, de la especie que sea, ha elegido ese hueco para criar y que dentro, en la penumbra, varios pollos esperan a que uno de sus padres vuelva con algún sabroso insecto o con algún jugoso fruto. Casi con seguridad, cualquier persona que fuera preguntada sobre el por qué las aves eligen a menudo una oquedad como casa respondería que es algo esperable, sujeto a la lógica de la parsimonia. El campo está lleno de árboles y los árboles a menudo ofrecen huecos, ramas desgajadas que abren el interior del alma de madera proporcionando un refugio seguro contra los depredadores y las inclemencias del tiempo. ¿Por qué entonces un pájaro, libre como él mismo, iba a despreciar esa oferta generosa de la madre naturaleza? En el fondo, el mismo razonamiento está detrás de la estrategia que seguimos los biólogos cuando instalamos cajas-nido construidas de madera o de otros materiales para inducir a las aves a que cambien su morada habitual por esa otra artificial, que nos facilita enormemente curiosear en sus vidas.
Pero los biólogos no nos conformamos con esa explicación tan estática de los hechos. Nos han enseñado desde la universidad que la vida es movilidad, interacción, competencia, depredación. En definitiva, lucha por la supervivencia de uno contra todos y esos “todos” lo son tanto de la propia especie como de muchas otras que buscan los mismos codiciados recursos. Si parece tan lógico y tan fácil que un frágil pajarillo busque la seguridad del interior de un refugio, sea éste natural o no, ¿por qué no todas las especies de aves hacen lo mismo? Esos mismos observadores del pájaro que entraba con su presa en el pico deben haber encontrado alguna vez un nido “al aire”, o sea, construido en la horquilla que forman dos ramas o en la base de un arbusto tupido, casi en el suelo. La respuesta a la última pregunta parece entonces evidente: no hay agujeros para todos. Pero ¿quiénes son esos “todos”?
Si le hacemos la pregunta a un avezado observador de latitudes templadas, seguramente nos dirá que no sólo muchas aves sino también algunas especies de mamíferos, como lirones y pequeños mustélidos, gustan también de estos orificios para criar a su descendencia o como guarida donde pasar lo más frío del invierno. La lista no sería mucho más larga si le preguntamos al biólogo que ha colocado sus cajas para seguir la reproducción de carboneros, herrerillos, estorninos u otras especies trogloditas (o hole-nesters, como dicen los anglosajones). Efectivamente, incluso los que hemos seguido durante años el devenir de las poblaciones de alguna de estas especies en Europa y América, no hemos encontrado muchos competidores de las aves entre los demás animales. De hecho, cuando colocamos cajas-nido ya sabemos de antemano que no sólo las van a ocupar los pájaros, sino qué especies van a intentarlo en función del tamaño de la caja, del diámetro del orificio de entrada y, por supuesto, de la composición de la avifauna del lugar. Así pues, parece que en nuestros ecosistemas templados, las aves que por avatares de la evolución han llegado a ser trogloditas no tienen muchos competidores, más allá de los de su propia especie, a la hora de encontrar casa.
Toda esta larga introducción ha pretendido encuadrar el tema principal que aquí nos ocupa. ¿Qué ocurre en los trópicos, donde es sabido que la fauna es mucho más diversa que en otras latitudes? ¿Tienen allí las aves que crían en agujeros de los árboles la misma facilidad para decidir que una determinada oquedad es adecuada para construir el nido y criar a la progenie? Aunque no podemos dar una respuesta categórica a esta pregunta, los resultados, bien es cierto que casuales, de la investigación desarrollada durante los tres últimos años en Kenia, y que desde el principio apuntaba en otra dirección, sugieren que no. Una pléyade de animales y otros organismos, cuya relación sólo hemos empezado a atisbar, tienen tanta afinidad o más por los huecos en la madera que las propias aves.
Para centrar un poco más nuestra historia, diremos que hace cuatro años conseguimos instalar algo más de doscientas cajas-nido en cinco regiones diferentes de Kenia, representativas de otros tantos ecosistemas típicos de África oriental. Las formaciones vegetales escogidas iban desde las sabanas semiáridas del centro-norte del país, en la reserva de Samburu, hasta el bosque pluvial de Kakamega, en la zona occidental, pasando por las sabanas arboladas de las planicies de Laikipia y los bosques montanos perennifolios de las laderas de los macizos montañosos del monte Kenia y los Aberdares.