Una apología de los libros y la lectura
Libros de y sobre Darwin en España
Por Américo Cerqueira
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Hace justo 150 años, en noviembre de 1859, vio la luz la primera edición de El origen de las especies. Desde entonces han corrido ríos de tinta sobre la obra y la figura de Darwin, cuyo caudal se ha acrecentado en este año de celebraciones y aniversarios. Trataremos de despejar aquí un poco el panorama de las publicaciones disponibles en las librerías españolas.
No leáis para contradecir o impugnar, ni para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o de disertación, sino para sopesar y reflexionar.
Francis Bacon
Leer es un placer inagotable, un precioso don evolutivo único. Facultad irrepetible, consustancialmente humana, no compartida con nuestros colegas los animales… Y eso es una lástima. Cada día los etólogos nos sorprenden con el descubrimiento de una nueva capacidad animal que nos hace perder, a los humanos, la exclusividad de nuestras prebendas como falsa especie elegida. Un llamamiento continuo para recordarnos nuestra prosaica condición animal. Nos cuentan que los animales sueñan y aman, juegan y sufren –“Se sabe que el elefante indio llora a veces…” (1)– se comunican, transmiten sus experiencias con lenguajes y códigos variados, crean utensilios e incluso los pueden llegar a conservar un tiempo. Cabe incluso suponer que piensen y tengan conciencia de sus actos. Pero lo que es taxativamente seguro es que no leen.
Tampoco lee nunca el 46% de los españoles mayores de 14 años, según rezan las estadísticas (2). Es cierto entonces que somos unos animales y, en este caso, sí que es una verdadera lástima.
Leemos
Tal vez no sea tan importante poseer el raro privilegio de la capacidad lectora, habida cuenta que el resto de la humanidad, la que aparentemente lee, malgasta ese talento con el insufrible Dan Brown de turno y, lo que es peor, descifrando a los crecientes epígonos del Diseño Inteligente. Como decía el propio Darwin, “la ignorancia genera confianza más frecuentemente que el conocimiento, son aquellos que saben poco, no esos que saben más, quienes tan positivamente afirman que este o aquel problema nunca será resuelto por la ciencia” (3).
Retórica aparte, quien suscribe este artículo no es más que un simple librero, que lee por obligación profesional y que a veces, cada vez menos, se ve forzado a recomendar lecturas apropiadas para tal o cual lector. Los libreros somos comerciantes, estamos presionados por el influjo de las modas, por las tendencias del mercado, y necesitamos acertar para seguir vendiendo. Cruel destino. Esto tiene que ver, y mucho, con lo que a más adelante intentaré explicar respecto a la época que le tocó vivir a Darwin.
Nuestro científico fue muy leído en su tiempo y durante un siglo después. Ahora que celebramos el Año Darwin, nuestra experiencia acumulada durante casi dos décadas de recomendaciones nos indica que no. Recuerdos y montañas de libros quedarán, tras este sesquicentenario (siglo y medio de celebración) que ahora nos atañe. Es verdad que existe una verdadera industria en torno a Darwin. El corazón y el ánimo del librero se sobrecogen ante el piélago de publicaciones que amenazan con hundir nuestras estanterías y saturar la capacidad de carga de nuestros exiguos almacenes. No es oro todo lo que reluce. Más de ciento cincuenta años de libros de Darwin y sobre Darwin (Cuadro 1). Centenar y medio de años de tratados, biografías, reediciones, imposturas y genialidades, de encontronazos irreconciliables. Todo por la figura y el talento de un sencillo bachiller en Artes (4), que en su mocedad dio la vuelta al mundo y que a los treinta años se convirtió en un aburrido y angustiado caballero victoriano, capaz de idear y desarrollar la más brillante propuesta científica del ámbito natural jamás pergeñada (Cuadro 2).
La conmemoración del aniversario de la publicación de El origen de las especies es de lo que aquí tratamos, o si lo prefieren, del nacimiento de la biología moderna. Sin ánimo pedante, pero sí proselitista, señalaré unos pocos, poquísimos libros, brillantes todos, que irán saliendo al hilo de esta narración sacada de todas las lecturas aquí citadas. Recuerden a Virginia Woolf: “el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos”.