Querer ver no lo justifica todo. Si un elemento de nuestro patrimonio natural es vulnerable al impacto de las visitas lo lógico es que conservarlo sea la prioridad, aunque conlleve restricciones a su uso público, algo que ya se asume para nuestro patrimonio cultural. El caso del tejo de Barondillo, en la Comunidad de Madrid, nos indica que aún queda mucho por hacer.
Existe una creciente inquietud, repetidamente expresada por personas, grupos y administraciones, por el impacto que pueden tener las visitas masivas sobre entornos naturales especialmente frágiles. La ausencia de legislación y regulación motivó que, en 2008, un grupo de expertos y asociaciones conservacionistas elaborara un decálogo ético para la visita y conservación de los árboles y bosques monumentales silvestres (ver Quercus 274, pág. 82).
Este documento señalaba algunas pautas a seguir para preservar estos últimos reductos del bosque original, cada vez más escasos, pero también más valorados. Y es que ya no se trata solo de la atmósfera y belleza de estos rincones, sino de innumerables valores entre los que se incluyen la diversidad, el interés ecológico y la edad y tamaño de los propios árboles.
La curiosidad y el interés legítimo de científicos, ciudadanos o turistas han crecido exponencialmente y encontramos que son precisamente los lugares más raros y valiosos los que sufren un mayor acoso. Pongamos el ejemplo de algunos de los árboles y bosques más antiguos y emblemáticos. Pese a las apariencias, casi todos pueden resultar extraordinariamente frágiles y sensibles a los cambios repentinos en su entorno.
Firman: ARBA, Amigos del Tejo y las Tejedas (
amigosdeltejo@yahoogroups.com), Observatorio de Árboles Monumentales (Fundación Félix Rodríguez de la Fuente), Trabajadores Especializados en Poda y Arboricultura (Trepa), Amigos del Guadyerbas, Amigos de los Árboles Viejos.