Marcos Méndez Iglesias
Colecciones científicas, valiosos testigos de lo que había
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En los sótanos del Museo Nacional de Ciencias Naturales se conserva, en alcohol, gran cantidad de material, con posibilidades insospechadas de uso en la conservación (foto: Eric Ahlander). |
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Hoy en día, ¿merece la pena mantener y ampliar las colecciones de historia natural? La pregunta deriva del recelo conservacionista sobre la funcionalidad de los museos que las alojan. Pero sin ellos y sin sus colecciones, muchos enigmas científicos, claves para conocer y conservar la biodiversidad, no podrían resolverse.
A menudo, la recogida de especímenes para colecciones y museos suscita comentarios negativos, como el referido a la visita de Francisco Bru a las Islas Columbretes para cazar halcón de Eleonor, en 1886. “Durante su destructiva estancia mató al menos 18 de estas rapaces, así como 35 guiones de codornices (...)”, podemos leer en el artículo Halcón de Eleonora, el pirata de Columbretes (ver Quercus 224, págs. 10-16), refiriéndose a este taxidermista del Gabinete de Zoología de la Universidad de Valencia. O como este otro, de Benigno Varillas, respecto a las costumbres ornitológicas en los años cincuenta y sesenta del siglo XX: “En aquellos tiempos brutales, hasta los padres del conservacionismo, como Bernis, Valverde y otros ornitólogos, no dudaban en sacrificar ejemplares de cualquier especie para engrosar las colecciones zoológicas” (ver Quercus 299, págs. 30-36).
Tales comentarios ilustran una actitud, con cierto arraigo, entre los conservacionistas: los museos son algo equivalente a cementerios, fundados con un reprochable espíritu coleccionista y exhibicionista, y han contribuido a la pérdida de biodiversidad al promover la recolección y caza de organismos.
Los museos y colecciones de historia natural tienen una historia de más de tres siglos, y la filosofía y los objetivos con los que se han creado estas colecciones han cambiado con el tiempo. Las primeras colecciones aparecieron en Europa en el siglo XVI, en forma de gabinetes de historia natural que "exhibían la obra de Dios". Con la creciente exploración del mundo en los siglos XVII y XVIII, los museos se convirtieron en los notarios de la diversidad biológica que se iba descubriendo. Y, aunque siguieron manteniendo su enfoque exhibicionista, añadieron un nuevo componente: el investigador. Los museos pasaron a ser centros en los que se intentaba sistematizar dicha diversidad.
En la actualidad, su papel y el de las colecciones de historia natural que alojan son fundamentales para el conocimiento y la conservación de especies. Varios ejemplos lo ilustran.