El rompecabezas genético de los topillos

Dentro del mundo de la biología existe un club absolutamente elitista, formado por un reducidísimo número de especies que se han labrado una sólida reputación como estrellas indiscutibles en varios campos de esta disciplina científica. En tan ilustre cenáculo se encuentran especies emblemáticas como la mosca del vinagre (Drosophila melanogaster), imprescindible para desarrollar la teoría cromosómica de la herencia, y la bacteria Escherichia coli, pertinaz colonizadora de nuestro intestino y que ha servido de involuntario banco de pruebas para estudios de bioquímica y genética molecular. No tan conocidos, pero no menos importantes, son los humildes mohos del limo, encuadrados en el género Dictyostelium, que han servido para diseñar modelos de morfogénesis; el nematodo Caenorhabditis elegans, ampliamente usado para estudiar el desarrollo embrionario, y Arabidopsis thaliana, una discreta crucífera que se ha convertido en la indiscutible estrella del rutilante mundo de la fisiología vegetal.

Pero, según todos los indicios, una nueva colección de especies va a ingresar pronto en ese selecto ateneo. Tan anodinas como las anteriores, pero repletas de características sorprendentes. Se trata de los topillos del género Microtus.