Extinciones fantasmas
| El zorro volador (Dobsonia chapmani), abajo a la izquierda, es un murciélago endémico de las selvas tropicales de las islas Cebú y Negros (Filipinas), representadas en la foto superior derecha. La especie desapareció en los años setenta y fue declarada extinta en 2002. En mayo de 2003 la bióloga filipina Ely Alcalá y sus colaboradores de la Universidad de Siliman (9) capturaron cinco individuos con redes en la selva de Calatong (Negros), un fragmento de mil hectáreas de bosque secundario y propiedades agrícolas, hábitat que se refleja en la foto inferior.
El zorro volador se alimenta de frutos y utiliza las cuevas como refugio. En la actualidad, la especie se encuentra catalogada como “Críticamente Amenazada” por la UICN, debido a la destrucción de su hábitat y también a la caza de ejemplares para aprovechar su carne, ya que pesan unos 150 gramos. Este quiróptero pertenece a la familia Pteropodidae, compuesta por más de 150 especies que se distribuyen por la franja tropical y subtropical del Mediterráneo oriental, península Arábiga, Asia, Australia y las islas del océano Índico. A pesar de su siniestra apariencia, los zorros voladores son todos frugívoros y/o nectarívoros, por lo que contribuyen a polinizar numerosas especies vegetales, entre ellas los emblemáticos baobabs (10). Fotos: Ely Alcalá.
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miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
El biólogo estadounidense Jared Diamond llamó “cuarteto diabólico” a las principales causas humanas que provocan la extinción de especies: pérdida o fragmentación del hábitat, sobre-explotación, especies introducidas y cadenas de extinción. Con el cambio climático, el término actualizado sería “quinteto diabólico”. Sin embargo, un tercio de los mamíferos declarados extintos en el último siglo han sido reencontrados. Estudios recientes indican que la probabilidad de tales redescubrimientos depende de la causa responsable de la supuesta extinción. Salvador Herrando Pérezperez@adelaide.edu.au > herrando-perez@adelaide.edu.au > herrando-perez@adelaide.edu.au > salvador.herrando-perez@adelaide.edu.au
SI ALGUIEN LLEGARA A UNA CIUDAD en busca de un amigo perdido, acudiría al barrio donde vivía, al bar donde escuchaban música o al parque donde jugaban al baloncesto. Pero si nuestro amigo fuera un fugitivo de la ley, o hubiera pasado por una experiencia traumática, las posibilidades de hallarlo en sus lugares favoritos serían bastante menores. Cuando en lugar de un amigo se busca un reducto de supervivientes de una especie declarada extinta, los rastreos también tienden a realizarse en el hábitat que dicha especie solía frecuentar.
Esta estrategia descansa en la hipótesis clásica de que, dada el área de distribución de una especie, su declive debe ocurrir desde la periferia hacia el interior (colapso) donde, teóricamente, el hábitat es de mejor calidad y hay más individuos (1). En contraste con esta idea, algunos trabajos publicados en la última década señalan que la trayectoria del declive en los vertebrados amenazados ocurre desde el centro hacia la periferia (contagio), ya que muchas perturbaciones –incendios, talas o urbanizaciones– avanzan como una ola progresiva (2).
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