Una multitud de organismos saproxílicos, entre ellos hongos e insectos, dependen de la madera muerta que genera de forma natural la dinámica del bosque. Sin embargo, existe una verdadera obsesión por eliminarla cuanto antes, sobre todo en aquellas formaciones sometidas a explotación forestal. Por fortuna, hay fórmulas capaces de conciliar el manejo de los montes con la conservación de esa biodiversidad.
por Marcos Méndez Iglesias
Es cada vez más evidente que la mera protección del espacio resulta insuficiente para conservar tanto la biodiversidad como los servicios ambientales que nos prestan los ecosistemas. En las zonas que no están protegidas y soportan un fuerte impacto por las actividades humanas, es preciso establecer directrices que permitan compatibilizar la obtención de rendimientos económicos con el mantenimiento de al menos una parte de la biodiversidad original. Un buen ejemplo son los bosques donde la explotación forestal ha provocado una pérdida de biodiversidad.
En este sentido, una de las piezas clave para conseguir dicha compatibilidad entre ambos objetivos, la explotación y la conservación, es precisamente la madera muerta. Se genera como resultado de la dinámica forestal cotidiana y es consecuencia del envejecimiento natural de los árboles o de su muerte debido a perturbaciones naturales, como vientos fuertes, nevadas, sequías o incendios. La madera muerta es, por lo tanto, un elemento habitual en los bosques bien conservados. No obstante, la silvicultura tradicional ha propagado una visión bastante negativa de la madera muerta, pues la considera un reservorio de insectos plaga y un mal aliado ante el fuego, cuando no una causa directa de los incendios. La realidad es bastante más compleja. En concreto, la madera muerta juega dos papeles ecológicos muy importantes en el bosque: por un lado, favorece el reciclaje de nutrientes y, por otro, es una fuente de recursos de la que depende un gran número de especies.
HemerotecaQuercus 197 (julio 2002)
Ref. 5301197 / 3’90 eurosMusgos y hepáticas de la madera en descomposición. Patxi Heras y Marta Infante.
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