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El diclofenaco amenaza ahora a nuestros buitres

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:53h
Allá por el año 2003 asistíamos impotentes a una devastadora mortalidad entre los buitres asiáticos, tan rápida y masiva que a punto estuvo de provocar la extinción de varias especies. Aquel año contábamos en Quercus cómo un equipo científico dirigido por J. Lindsay Oaks, de la Universidad de Washington, había señalado al diclofenaco como el causante de ese espectacular declive de las rapaces necrófagas, sin precedentes en nuestros tiempos por su amplitud y velocidad.

Puede que el nombre de diclofenaco no diga mucho a la mayoría de las personas, aunque está más cerca de nuestras vidas de lo que pensamos. Es, por ejemplo, el principio activo de un fármaco tan común como el Voltaren. Aunque se considera inocuo para las personas y el ganado, el problema surgió cuando los buitres se alimentaron de reses que habían sido tratadas con diclofenaco, cuyo uso veterinario estaba muy extendido en países como India, Pakistán y Nepal. Ahora ya sabemos que ese fármaco causa graves fallos renales en las aves carroñeras.
Diez años más tarde, cuando el diclofenaco ya ha sido estrictamente prohibido en los países con poblaciones de buitres afectadas, que –por cierto– todavía no se han recuperado, en España una empresa farmacéutica ha obtenido autorización oficial para introducirlo en fármacos de uso ganadero. Es de traca. ¿Cómo ha podido ocurrir algo así en nuestro país, el gran reservorio europeo para las rapaces necrófagas? ¿Nadie estaba advertido del peligro que entraña? Y, lo que es más grave, ¿no hubo nadie que lo frenase? Si no es un caso claro de ignorancia, sólo puede explicarse por otro aún más grave de incompetencia y estulticia.

Al cierre de este número de Quercus, más de 12.000 ciudadanos se han adherido a una petición internacional para que se prohíba el uso ganadero del diclofenaco en Europa, surgida a raíz del inexplicable permiso español. No debe extrañarnos esta alarma fuera de nuestras fronteras, ya que las magníficas posibilidades de ver en su hábitat a las cuatro rapaces carroñeras europeas (buitre negro, buitre leonado, alimoche y quebrantahuesos) es uno de los grandes atractivos para las oleadas de birdwatchers que nos visitan. Y no olvidemos que son ya bastantes los proyectos de reintroducción de estas aves en varios países que dependen de las donaciones de ejemplares procedentes de España.

Tampoco está de más recordar, precisamente ahora que empieza a relajarse la legislación que impedía depositar reses muertas en el campo, el servicio que prestan los buitres en los ecosistemas terrestres: se calcula que consumen anualmente alrededor de 10.000 toneladas de carroña en España, ahorrando decenas de millones de euros en combustible para la recogida, transporte e incineración de los cadáveres. Y, de paso, evitándonos la liberación de casi 200.000 toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera.

No sabemos cómo se conjugará en nuestras latitudes el binomio buitres-diclofenaco, pero el riesgo es tan descomunal que bien merece la pena adoptar todas las precauciones. Sobre todo ahora que aún estamos a tiempo de impedir que se repita el desastre, bien conocido y documentado, de los buitres asiáticos. Y la más urgente de esas medidas es bloquear la entrada del polémico fármaco en la cadena alimenticia de nuestra fauna silvestre.
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