Cazadores cazados
lunes 27 de octubre de 2014, 10:39h
A finales de septiembre, dos miembros de la redacción de Quercus acudieron al delta del Ebro, con el tenderete a cuestas, para participar en el Delta Birding Festival, organizado por Oryx, la Fundació Catalunya La Pedrera y el Institut Català d’Ornitologia. Dentro de las actividades paralelas hubo un recorrido ornitológico por varios de los mejores enclaves para observar aves. Entre ellos, la finca de L’Alfacada, que pertenece a una de las entidades organizadoras, la Fundació Catalunya La Pedrera, antes conocida como Territori y Paisatje. ¿Toda la finca? No: un pequeño reducto permanece en manos de su anterior dueño, un empresario italiano que organiza allí cacerías y francachelas. Dos semanas después de nuestro paso por la finca, el primer día hábil de caza en el delta del Ebro, fueron abatidas en L’Alfacada dos aves que no figuran entre las especies cinegéticas: un tarro blanco y un águila pescadora. Evidentemente, los delitos, pues de eso se trata, fueron cometidos en la pequeña parte que sigue siendo propiedad de un particular.
Dos especies protegidas, en un parque natural y el primer día de caza. Buen comienzo de la temporada. En Quercus siempre lamentamos y difundimos este tipo de hechos, que no son frecuentes pero tampoco terminan de erradicarse. En ocasiones nos limitamos a cumplir con nuestra labor profesional, pero esta vez nos toca de cerca, pues aún mantenemos vivas las imágenes de aquella finca plagada de aves acuáticas. Somos muy conscientes de que la mayoría de los cazadores aborrecen tales prácticas, que dañan su imagen colectiva y en ningún caso pueden achacarse a confusión o ignorancia. Al contrario, los autores del delito son bien conscientes de él y confían en que no se descubra. Pero un observador fue testigo de los hechos y los puso en conocimiento de los agentes rurales, que cursaron la correspondiente denuncia. Lo menos que cabe esperar ahora es que ese coto sea cerrado de forma inmediata.
Por otra parte, también hemos sabido que en esas mismas fechas, es decir, al comienzo de la actual temporada de caza, se cerraron dos senderos de uso público en el Parque Nacional de Cabañeros para organizar una montería de ciervos privada. Aunque aún colea un caso similar en Monfragüe, no es la primera vez que se clausuran esos caminos en Cabañeros y, de hecho, en la página web del Ayuntamiento de Los Navalucillos aparece la siguiente advertencia: “En determinadas épocas, en particular desde los meses de octubre a febrero, es conveniente llamar al teléfono del Parque Nacional, porque dicha ruta puede estar cerrada por motivos de gestión interna”. No deben tener la conciencia muy tranquila cuando esgrimen “motivos de gestión interna” para encubrir cacerías particulares que afectan a un espacio público que, en teoría, disfruta de la máxima protección legal.
En resumidas cuentas, hemos avanzado mucho en todo lo que se refiere al control de las actividades cinegéticas, pero aún descuellan aquí y allá rancias costumbres ancladas en un pasado de impunidad para caciques, escopeteros y señoritos. Los dos casos aquí expuestos pueden tacharse de aislados, pero se produjeron nada más comenzar la temporada de caza y en sendos espacios naturales protegidos. Desde luego, un mal precedente.