Decía José Antonio Valverde que la ausencia de estructuras físicas inmuebles o restos arqueológicos (hoyos o fosos, corrales, callejos) para capturar lobos en la España meridional se debía a las diferencias ecológicas entre un lobo norteño, de hábitos trashumantes, y un lobo básicamente sedentario en el sur peninsular (1). Para que el lobo fuese capturado en esas trampas, debía ignorar su establecimiento.
Tales construcciones, a veces monumentales, eran el resultado de una experiencia secular y del esfuerzo colectivo de pueblos enteros. Y Valverde, pese a justificar su ausencia, también nos espetaba la abundancia de topónimos andaluces que dan pistas sobre la antigua existencia de fosos y corrales loberos.
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