Así ha valorado Greenpeace el acuerdo adoptado en París durante la Cumbre del Clima: “crucial, pero insuficiente”. Tres palabras que bastan para resumir dos semanas de negociaciones. Aunque hay otros gases implicados en el efecto invernadero, la clave del asunto radica en el ciclo del carbono, un proceso que se estudia durante el bachillerato. Pero tendemos a analizar los problemas desde una perspectiva temporal muy corta, ajustada a la duración de una vida humana, y así es imposible abordar los grandes retos ambientales. El tiempo profundo es un concepto demasiado abstracto para nuestra limitada experiencia de primates con una esperanza de vida cifrada en décadas.
Greenpeace insiste en que el Acuerdo de París es el primer paso de una nueva era en la que poco a poco se irá reduciendo el consumo de combustibles fósiles. Es obvio que tales combustibles, básicos en el transporte, la industria y la generación de energía, son los principales responsables de inyectar cantidades ingentes de carbono a la atmósfera. Un carbono que llevaba millones de años inmovilizado. De cumplirse el acuerdo, que está por ver, los efectos globales empezarán a notarse en el año 2050. Es decir, en el mejor de los escenarios posibles, el reto tendrá que afrontarlo otra generación.
Entre las novedades que reseñamos en este número de Quercus hay un librito muy interesante del geólogo Alejandro Robador que se titula precisamente Cambios climáticos; así, en plural. Porque, como es lógico, este que estamos padeciendo no es el primero en el que se ha visto envuelta la Tierra. Alejandro analiza un cambio climático de alarmantes semejanzas con el actual que se produjo hace 56 millones de años y cuyas consecuencias quedaron grabas en las rocas y los fósiles de los Pirineos. Parece una eternidad de tiempo y un soporte añejo, pero fue un suceso relativamente reciente. En otras palabras, no hace falta remontarse a las grandes extinciones que marcaron las eras geológicas para hacernos una idea de las consecuencias de un episodio similar al que estamos provocando con nuestra insaciable ambición. Sí que serán nuevos, en cambio, los efectos que se deriven para una especie, la nuestra, que ha colonizado masivamente el planeta y desarrollado formas sociales muy complejas. Con el agravante de que nuestras prisas son capaces de inducir grandes alteraciones en poco tiempo.
Por eso aceptamos enseguida la propuesta de Sergio Rejado de convertirse en un eventual corresponsal de Quercus durante la Cumbre del Clima, cuya crónica también publicamos en este número de la revista. Ese parpadeo de apenas quince días puede tener efectos, positivos o negativos, a lo largo de muchos años. El gran despliegue orquestado en París debería traducirse en avances concretos. También por eso hemos incorporado otra novedad a este primer número del año 2016. Era un sueño largamente acariciado que finalmente se ha hecho realidad. Se trata de una nueva sección periódica sobre Paleontología, que nos ayudará a coordinar Isabel Rábano, experta en trilobites del Museo Geominero de Madrid. La primera entrega nos habla de la fauna ibérica de hace dos millones de años, o sea, de anteayer. Sin embargo, los lobos y los linces de entonces, bastante parecidos a los actuales, compartían hábitat con especies tan aparentemente exóticas como hienas y rinocerontes. Eran, desde luego, otros tiempos, no demasiado lejanos, y el clima también era diferente. Los humanos, por aquellas fechas, estábamos a las puertas de Eurasia, dando un salto que lo cambiaría todo.