Casi seguro que la afición a observar aves es un producto derivado de algún impulso innato que permitió sobrevivir a nuestros ancestros. La sublimación del instinto propio de un cazador-recolector ha producido en las sociedades modernas manifestaciones varias que pasan por la caza deportiva, la zoología de campo, la fotografía de naturaleza y, la más sutil de todas, la recolección de imágenes en la memoria.
Las listas de aves que se han visto no son el fin, sino solamente un medio, el soporte escrito que nos permite ordenar, clasificar y evocar los recuerdos; aunque también sirvan para competir. Esta actividad de observar aves, practicada desde que el hombre no necesita cazar todo lo que ve, tiene dificultades para encontrar un nombre. En cuanto práctica científica, se denomina “ornitología”, que se ajusta bien a la semántica del vocablo.
Pero no lo tiene en exclusividad: basta con una búsqueda rápida en Internet de algo como “sociedad ornitológica” para comprobar que la larga lista resultante es ilusoria. En realidad, sólo unas pocas entradas apuntan al término tal como nosotros lo entendemos, el resto trata de concursos de cantos y otros temas tales como los estándares del canario rojo mosaico. Esta modalidad se ha apropiado del nombre y ha desechado el que, tradicionalmente y según el diccionario, les corresponde: pajareros. Por otra parte, los que observan aves en su medio natural por propio deleite, cada vez utilizan más ese vocablo, “pajarear”, si es que no acuden directamente a los términos ingleses birdwhatching o birding. Aunque los usamos indistintamente, en realidad hay ciertos matices según el país donde se aplique. Si se me permite, en este artículo utilizaré “pajarear”, ya que es el único término que nos resulta cómodo, a diferencia de otros anglicismos como twitch, extreme birding, twitching, musts o bonus, por citar sólo unos pocos que, de momento, se resisten a la traducción.
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