Las propiedades físicas del color y las características químicas de los pigmentos presentes en piel y plumas ayudan a las aves a regular su temperatura, protegerse de las radiaciones ultravioleta, pasar inadvertidas ante los depredadores, dar flexibilidad o dureza a los tejidos y reducir la abrasión del plumaje o protegerlo del ataque de bacterias y ectoparásitos. Además, debido a las presiones ejercidas por la selección social, la coloración actúa también como una señal que permite comunicarse a los individuos de una misma especie. En ecología evolutiva se denomina “señal” al estímulo producido por un emisor que tiene como propósito informar de algo a un receptor. Así, a través de las señales, emisor y receptor se benefician de un sistema por el que pueden transmitir información sobre su calidad individual y advertir la de competidores y parejas potenciales. Para que este sistema funcione, las señales deben ofrecer una información veraz. Dicha veracidad puede basarse en el hecho de que producir y mantener las señales es costoso (“teoría del hándicap”) en términos de energía y riesgo de depredación (1) o también en el vínculo directo entre calidad genética y fenotipo (2). Por eso, sólo los individuos de buena calidad pueden afrontar el coste de expresar más y mejor una señal.
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