Hora y media después de aterrizar en Palma ya apuraba yo el paso por la carretera que une Alcudia con Pollença rumbo a la entrada de la Reserva Natural de S’Albufereta. La silueta del sueco Hans-Goran Karlsson, con los prismáticos apuntando hacia donde desemboca en la bahía el río que nutre el humedal, me hacía suponer que habría allí algo de interés. Llegado de Galicia, casi cualquier cosa me valía. Pronto descubrí lo que tanto llamaba su atención: sobre el arribazón de posidonia destacaban dos gaviotas de Audouin, dos canasteras comunes y varios chorlitejos chicos y patinegros. Cuando me contó que además había una gaviota picofina allí cerca, le abandoné con un respingo para correr a verla. Por el camino, bajo un sol que se me antojaba de justicia, recordé que no había comido, ni apenas bebido, desde antes del amanecer. ¡Qué más daba! Como y bebo todos los días, ¿no? Pero no todos los años veo una gaviota picofina. Una especie, además, no muy común en Mallorca. Allí estaba, reverberando en la lejanía. Bien.
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