En la mitología griega, las náyades eran ninfas que vivían en ríos, manantiales, fuentes y arroyos. Como hadas buenas, velaban por su pureza. Los bivalvos de agua dulce toman este nombre mágico de náyades debido a su gran capacidad para filtrar agua, lo que los convierte en purificadores naturales de los ríos que habitan. Sus conchas de nácar, tan resistentes y compactas, permitieron a algunos moluscos marinos del Mesozoico colonizar el medio continental hace muchos millones de años.
Por Graciela Delvene
Los unionoideos fueron grandes filtradores que vivían en colonias y llegaban a tapizar los lechos de ríos y lagos. El registro fósil ofrece evidencias de este comportamiento colonial (1) y ha podido constatarse que vivían semienterrados y orientados a favor de la corriente. Las huellas fósiles atribuidas a su posición de reposo reciben el nombre de Lockeia y son muy abundantes en los yacimientos paleontológicos. También se han identificado otras huellas relacionadas con su actividad biológica, como desplazamientos por el fondo (2) o escapes a un hábitat más adecuado, por ejemplo al desecarse la zona que ocupaban.
Bello por fuera y resistente por dentro
Las conchas de los bivalvos son de naturaleza mineral, relativamente duras y resistentes, de manera que constituyen el elemento más susceptible de fosilizar. Aunque, ocasionalmente y en condiciones muy especiales, también pueden fosilizar sus partes blandas. La composición aragonítica de las valvas de los unionoideos las hace inestables durante el proceso de fosilización, que puede durar millones de años, así que normalmente este aragonito se transforma en calcita, que es su forma más estable en la naturaleza.
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