Dicen que el valor de un acto se juzga también por su oportunidad. Cuando en septiembre de 2015 publicamos un suplemento especial en el que pedíamos que el lobo dejara de ser especie cinegética al norte del Duero sabíamos que la cosa iba para largo. Lo que todavía reclamamos es una reforma que saque a esta especie del galimatías legal en el que sigue empantanada, un censo nacional fiable, mayor agilidad e interés a la hora de conceder indemnizaciones por daños al ganado y, por supuesto, que se prohíban cupos y batidas. También lo pide una sociedad que ha descubierto los valores naturales y culturales del lobo y cuanto le rodea, por no hablar del creciente rechazo a cualquier forma de maltrato animal. Bien es cierto que en muchas zonas rurales la opinión es muy distinta y allí se defiende la postura contraria, el exterminio del lobo como culpable de todos los males que padecen los ganaderos y, ya puestos, cualquier hijo de vecino.
Por eso apoyamos una convocatoria que debería repetirse tantos años como sea necesario, hasta que el lobo recupere el papel que le corresponde en los ecosistemas de una España cada vez más urbana y menos agreste. Mientras tanto, aplaudimos los esfuerzos de asociaciones amigas como WWF España y Ecologistas en Acción que han organizado jornadas y talleres para fomentar un debate constructivo y en pie de igualdad entre conservacionistas y ganaderos.
Aunque el 12 de marzo el protagonista indiscutible sea el lobo, nada nos impide soñar un poco y llegar algo más lejos. Si al lobo le fuera mejor, saldría beneficiada la naturaleza en su conjunto. Es una de esas especies paraguas, o bandera, que arrastra consigo a muchas otras, para bien o para mal. Quizá este enfoque más holístico no haya calado tanto en la opinión pública y por eso sean necesarios actos como el del domingo 12 de marzo. Manifestarse por el lobo y exigir que no se gestione a tiros, sino con leyes civilizadas y protectoras, es un auténtico desafío. Una forma de demostrar nuestra cercanía a las especies, los hábitats y los paisajes. Y de conceder el valor que se merecen los procesos ecológicos, que son el fin último de cualquier medida de conservación sensata. Estamos hablando también de una verdadera reconciliación entre el hombre y la naturaleza.
En los tiempos que corren, con tantas sensibilidades a flor de piel y el efecto multiplicador de las redes sociales, los gestos importan. Puede que llenar las calles en favor de una especie emblemática, exigir el derribo de un hotel aberrante en el Cabo de Gata o felicitarnos por la esperada reproducción del quebrantahuesos en Picos de Europa no sean más que anécdotas o fugaces consuelos. Pero, desde luego, son gestos que dicen mucho de la sociedad que los arropa.