El naturalista Plinio el Viejo argumentó que el ámbar que llegaba a Roma como una materia preciosa debía ser originalmente un jugo producido por los árboles, ya que en su interior se observaban insectos y pequeños reptiles. Un ejemplo más de su mente inquisitiva. Sin embargo, no podía imaginar que el tiempo transcurrido desde que vivieron esos organismos se cifraba en millones de años. Si a Plinio le hubiesen mostrado ámbar del norte de Hispania, seguramente no habría detectado insectos, ya que es muy oscuro y poco transparente. Aunque su existencia era conocida desde antiguo, hasta hace apenas dos décadas se ignoraba la importancia científica del ámbar, o resina fósil, de la Península Ibérica. Todo cambió cuando se descubrieron insectos incluidos en ámbar de Álava.
El origen del relato se remonta a hace 105 millones de años. En aquel entonces, existían amplios bosques de coníferas del grupo de las araucarias que producían mucha resina. Esa resina atrapaba a pequeños artrópodos que vivían en la corteza de los árboles, volaban cerca del tronco y las ramas o habitaban en la hojarasca del suelo. La resina fue posteriormente transportada por los ríos hasta quedar enterrada en los estuarios. En la actualidad, la erosión natural o las excavaciones necesarias para las obras públicas exponen el ámbar de nuevo a la luz del sol, que vuelve a atravesarlo después de millones de años en la más completa oscuridad, oculto en estratos rocosos.
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