En el duro invierno cantábrico de 2009 visité Areoura a diario, una playa en forma de concha en la Mariña Lucense, donde estudiaba a las nutrias costeras (1). Durante la bajamar, tenía a mi disposición una enorme superficie de arena húmeda y compacta, ideal para rastrear. Vi entonces un grupo de cuatro grandes pájaros enlutados con toda su atención puesta en algo situado en el suelo, entres su patas. Se trataba de un grupo de cornejas negras (Corvus corone). Desde el empinado camino de acceso a la playa, incluso con ayuda de los prismáticos, no fui capaz de ver cuál era el objeto de su actividad, pero evidentemente se relacionaba con la alimentación. Las aves se asustaron ante mi presencia y levantaron el vuelo. Era el momento de comprobar su misteriosa ocupación.
Cuando llegué al escenario, pude observar uno de los rastros más intrigantes y extraños a los que me he enfrentado nunca. De no haber observado a los pájaros en ese sitio, habría tenido graves dificultades para resolver el enigma.
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