Justo cuando este número de Quercus entraba en la imprenta, el pasado miércoles 13 de diciembre, los ministros responsables de gestionar la pesca en la Unión Europea llegaban a un acuerdo sobre Totales Admisibles de Capturas (TAC) para el año 2018. No fue un buen acuerdo para la biodiversidad marina. Ecologistas en Acción y la Fundación ENT consideran que las cuotas fijadas intentan satisfacer al sector pesquero antes que preservar los recursos marinos a largo plazo. Es lo habitual en este tipo de reuniones. Nadie deja de considerar los criterios científicos, pero carecen de peso suficiente a la hora de adoptar decisiones.
Unos días antes, a finales de noviembre de 2017, la ICCAT (International Commission for the Conservation of the Atlantics Tunas) reunida en Marruecos alcanzó un acuerdo aún peor sobre las capturas de atún rojo. Incrementó las cuotas hasta las 36.000 toneladas de aquí al 2020, un ascenso sin precedentes que la tímida recuperación de la especie no puede justificar. Raúl García, coordinador de Pesquerías de WWF-España, se lamentaba de que la ICCAT haya elegido “primar los beneficios económicos a corto plazo cuando esperábamos una victoria conservacionista a largo plazo. Y más grave es la cuota de 2.350 toneladas aprobadas para la sobreexplotada población occidental, que descenderá otro 9%”.
Es evidente que en estos foros se cruzan poderosas tensiones internacionales y que resulta imposible contentar a todos. Pero también es cierto que la tela siempre se rasga por su lado más frágil, el que representan conservacionistas y biólogos marinos. Un problema de enfoque que, como nos hemos cansado de argumentar, se remonta a las visiones productivistas que se mantuvieron en boga hasta bien entrado el siglo XX. Pero hoy disponemos de mucha mejor información y de métodos más finos para obtenerla. Las primeras reacciones de protesta se basaron en la intuición de que el mar no podría soportar durante mucho tiempo una explotación sin reglas. Pero ahora disponemos ya de series muy completas de datos que permiten respaldar las propuestas con criterios más sólidos. Unos datos que deberían tenerse en cuenta aunque sólo fuera por el propio interés del sector pesquero, donde la estrategia de gestión mayoritariamente secundada ha sido la de “detrás de mí, el diluvio”.
Parecía que cuando saltaron todas las alarmas sobre el atún rojo, la coherencia había logrado regular su pesca hasta unos límites admisibles. Pero ha bastado con que se percibieran los primeros síntomas de recuperación para incurrir en los mismos errores del pasado. Ya lo señalaba el propio Raúl García: “Durante los últimos diez años, hemos luchado para salvar al atún rojo. Estábamos tan cerca de su plena recuperación que es un escándalo ver a la ICCAT volver a aplicar el modelo de siempre”. Sabemos que nunca se escarmienta en cabeza ajena, pero da la sensación de que tampoco en la propia.